El pasado día 20 arrancó la gira más circense, excéntrica y freak de Enrique Bunbury. Había estado ensayando el espectáculo en la feria de muestras de Zaragoza, los días previos a su actuación en el Pº Independencia. Junto a él pudimos ver a Adriá Puntí, Iván Ferreiro, Mercedes Ferrer y el resto de artistas que le acompañan en este periplo. Superados âcon creces- los ensayos, llegó la hora de llevar el Freak Show al directo. Tras la acogida en Valencia y Almería, Bunbury continuará su gira ambulante por Bilbao (día 30), Barcelona (día 4) y Madrid (12 de noviembre). Crónica del Freak Show de Bunbury en Almería por Jorge Oliva |
Una carpa gigante y carromatos típicos del circo, un enorme ring para evocar los combates del ‘Pressing Catch‘ y dos fortachones con los que jugarse la barra libre de la noche echando un pulso. Son tres de los ingredientes del ‘Bunbury Freak Show‘, atípico espectáculo ideado por el artista equilibrista, el indígena alienígena, el aragonés errante, que se hace llamar Bunbury. En él, la música se mezcla con la tragicomediay oscuridad del circo y el cabaret, dos referentes indiscutibles en la estética del músico zaragozano. Para estas cinco únicas presentaciones, Bunbury se acompaña de varios amigos y de su inseparable banda, El huracán ambulante. El resultado: tres horas de emociones crecientes con intermedio de quince minutos incluido.
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Un gran telón de fondo tapa el escenario. El intro circense que anuncia el comienzo del show da paso a los títulos de crédito en plan cine mudo. “Nochebuena fatal producciones presenta… un espectáculo a ninguna parte”. Se calienta el ambiente. Las luces indirectas descubren tras el telón blanco las sombras de los excelentes músicos que lleva Enrique. Cae el telón y Bunbury hace acto de presencia. Traje negro, sombrero de copa a lo Slash con un as de esa controvertida baraja que distribuyeron los Estados Unidos en Irak incrustado en él: el de Saddam Hussein.
La señorita hermafrodita abre el concierto. El público se desgañita, imita la grandilocuencia de Bunbury y no escatima en adornar su vestimenta con todo aquello que pueda lucir el ídolo. Tatuajes, guantes de rejilla, colgantes, sombreros de cowboy… Sólo hace falta escuchar: ¡Bienvenidos a la secta!
Va desgranando canciones del último álbum. Clásicos como De mayor o El extranjero aumentan de golpe la temperatura de la carpa, que ya es decir. Porque el calor era asfixiante. Recomendación: si usted decide ir al Freak Show, vaya ligerito de ropa y consuma abundante líquido. Su organismo se lo agradecerá.
Turno para el primer invitado: Nacho Vegas. Luce traje negro y camisa roja, porta megáfono blanco, fuma un cigarro como si la cosa no fuera con él, se acerca sigiloso al micro y con su amigo Bunbury interpretan Gang Bang. A continuación, guitarra en ristre, hace los coros de El viento a favor e incluso se atreve con una estrofa no exenta del error humano. La memoria le juega una mala pasada al prolífico ex Manta Ray.
Una magnífica armónica da paso a Los restos del naufragio, posiblemente la mejor canción del último trabajo de Enrique junto con El rescate. La encadena con Alicia e Infinito, llegando a uno de los momentos más álgidos del concierto.
Pero lo más freaky aún está por llegar. La aparición de Adrià Puntí, totalmente… ¿colocado? ¿metido en el papel?, que cada cual juzgue como estime oportuno, deja al público estupefacto. Da tumbos de un lado a otro, parece no tener conciencia ni de dónde está. Sale a escena dándole un pico a Bunbury e interpretan Longui num. 13 y Sí. “¡Ante la duda, Adrià Puntí!”, grita Bunbury. No sé yo si el público pensará lo mismo…
Tras el intermedio más…
El intermedio llega tras Enganchado a ti, muy descafeinada si la comparamos con la versión que hacía en la gira Flamingos cuando aprovechaba para presentar a la banda. Parón de 15 minutos, que resultan oportuos para repostar y prepararse, no hay duda, para la apoteósica recta final. Y es que el Freak Show va de menos a más.
Abre la segunda parte del concierto con uno de sus hits, Que tengas suertecita, y con Anidando liendres, ambas de El viaje a ninguna parte. El público está expectante, se ha quedado un poco frío en el descanso, pero la glamourosa aparición de Carlos Ann, con un estrafalario ¿chaqué? de cuero blanco, exhalta muchos ánimos, sobre todo cuando intepretan L‘amour, tema original de Bushido. Añaden más picante a la salsa con el single adelanto del nuevo disco del artista catalán: Hada, un cocktail tecno-popero que gusta. Se marcha y Bunbury ataca el blues, contagiendo con menos acierto que en giras anteriores el primer gran éxito de su carrera en solitario, Salomé.
Y desde aquí hasta el final, éxtasis continuado. Llega El rescate, una canción antológica cuya melodía despierta la emoción de los seguidores. El premio adopta la forma de aplauso continuado. Cuando aún no ha habido tiempo para recuperarse, llega un invitado muy especial. Iván Ferreiro, voz de Piratas, es aclamado y la excitación es máxima cuando interpreta a dúo con Bunbury el clásico Promesas que no valen nada. Se queda para hacer coros en Lady Blue, que sigue en el top 3 de grandes éxitos del compositor zaragozano. Bunbury toca la fibra sensible con la versión semiacústica de este clásico y remata a una audiencia en volandas con Apuesta por el rocanrol, un guiño a su etapa en Héroes que el público agradece con entrega absoluta. Estamos en el cénit del concierto.
Pero aún queda tiempo para más. El bis arranca con Sácame de aquí y sigue con el canto desgarrado al amor perdido en El jinete. Enrique hace un stop en el viaje para recoger a Mercedes Ferrer que regala su bonita canción, Fantasía. Ella se deshace en elogios hacia el maestro. Ãl sólo es capaz, superado por la emoción, de arrodillarse y decir con su habitual elocuencia: Mercedes.
…Y al final es el epílogo a un concierto bien trabado, con unas luces y puesta en escena espectaculares, que bien vale los 30 euros que cuesta, y que bien podría compararse con grandes shows de artistas internacionales. Aún queda el tema número 27. Es el as que guarda Bunbury bajo la manga para deshacer por completo a la audiencia. Suena La chispa adecuada con voz, piano, trompeta y guitarra para abrazar definitivamente el calor de un público que no sabe cómo agradecer al músico su carisma, su fogosidad en escena y, sobre todo, su capacidad para tocar la fibra sensible.
Texto: Jorge Oliva