ADLER‘S APPETITE (Por Jaime stereAnt)

SÓLO PARA NOSTÁLGICOS



ADLER‘S APPETITE + HAPAX. SALA OASIS, SÁBADO 22/11/05. 21HORAS.
AFORO: UNAS 500 ESPECTADORES (aforo casi completo)


Que Guns n’ Roses es una de las bandas más emblemáticas e influyentes de la historia reciente de la música es un hecho que a nadie – ni siquiera a sus más viscerales detractores – se le escapa: llenaron estadios, fueron polémicos, yonquis, arrogantes y derrocharon actitud roquera a raudales hasta que la fama los convirtió en un patético esperpento decadente y lleno de tópicos. Ello no impidió que antes de eso escribieran una de las páginas más gloriosas en los anales del rock contemporáneo con su glorioso debut «Appetite for destruction«, todo un tratado de hard rock agresivo en el cual tocó la batería nuestro entrañable protagonista Steven Adler, vetado y expulsado de la banda posteriormente debido – supuestamente – a su adicción a la heroína.


Sin embargo, Adler’s Appetite, al contrario que Guns n’ Roses en su momento, poco tiene de transgresor y sí mucho de negocio. Y es que Steven Adler ha formado una banda con el único objetivo de ganar unos dólares fáciles, darse un baño de masas y por qué no, rememorar los días de gloria.


Pocas melenas se vieron en la Sala Oasis, pues es bien sabido que Guns n’ Roses era un producto más bien diseñado para niños bien con ciertas inquietudes musicales y japoneses ávidos de emociones occidentales.


Y ahí tenemos a nuestro rubiales convertido en estatua de sal, un batería del montón sí, pero una leyenda al fin y al cabo, un ídolo con pies de barro que sabe que la gente quiere verlo a él y por eso sitúa la batería inusualmente cerca del público, se levanta y saluda continuamente haciendo gestos y muecas en medio de un descomunal pedo.


No quiere ello decir que el espectáculo no mereciera la pena, ni mucho menos. Muy al contrario, todo sucedió conforme a lo previsto y un servidor disfrutó de lo lindo. Y es que cinco macarras de Los Ángeles subidos en un escenario jamás pueden defraudar, sobre todo si esos macarras acumulan años detenciones policiales, adicciones y experiencia en bandas como Vince Neil, Slash’s snake pit o Faster Pussycat. Vamos, que el rock and roll, el sudor y la actitud están asegurados con Keri Kelly y su peinado a lo Cruela Devil a la guitarra. Otra cosa es valorar la aportación de su cantante Jizzy Pearl (ex de Love/Hate), correcto pero muy justito de voz en los registros más altos, nada que ver con el cuchillo vocal del megalómano Axl.


Comenzó el quinteto (por cierto, vaya segundo guitarrista más mediocre) con «It’s so easy» para después ir regalándonos uno a uno todos los hits de ese histórico primer disco interpretados tal cual sonaban en su momento porque, al fin y al cabo, de eso es de lo que se trataba y eso es lo que esperaba precisamente un sudoroso público que pagó 20 euros por la entrada. No faltaron temas como «Mr. Brownstone», «Roket queen» o «My Michelle», si bien el delirio llegó con «Sweet child o’ mine», «Welcome to the jungle» y la apoteosis final de «Paradise city» con un público alteradísimo que no paraba de saltar y guachigüear las letras.


Tampoco se privaron de tocar «Civil war» del «Use your ilusion II» y algunas de las versiones habituales en el set list de los angelinos: la rocanrrolesca «Mama kin» de Aerosmith y «Knockin’ on heaven’s door» de Bob Dylan. Hasta tuvieron tiempo de perpetrar varios temas propios – en una línea continuista a la de Guns n’ Roses– pertenecientes a su primer e irrelevante EP e, incluso, una versión del clásico de AC/DC «Sin city«.


Para la anécdota queda el enésimo cumpleaños de Steven Adler (ojo porque este chico cumple años en todos los conciertos de la gira) que recibió como obsequio una tarta custodiada por una atractiva azafata.


En definitiva, una emotiva y necesaria velada para aquellos que en su día no tuvimos la oportunidad de disfrutar del directo de una de las mejores bandas de rock de todos los tiempos, si bien Guns n’ Roses no era Steven Adler ni mucho menos, sino más bien la voz punzante de Axl, la elegancia de Slash y si me apuran la tierna presencia del bueno de Duff Mac Caghan con esa pose de yonki equivocándose con mucha dignidad en el comienzo de «Sweet child o’ mine«. Snif, snif, nostalgia pura…



Estuvieron como teloneros unos voluntariosos HAPAX que no llegaron a cansar en ningún momento. Escoltados por dos antorchas de virtual fuego rojo, sus canciones se adaptaron a los previsibles cánones del heavy metal de siempre: acordes muteados, armónicos, tapping, solos de guitarra infinitos y veloces, cambios de ritmo, claroscuros… Los barceloneses aprovecharon la oportunidad para presentar varios temas de su próximo álbum ante un público inusualmente receptivo. Y es que ver heavy en directo siempre impresiona, y ellos lo saben hacer, y además bien.


Otro tema es entrar a valorar si no hubiera sido más apropiado haber dado la oportunidad a un grupo local, porque de igual o superior calidad los hay a patadas en nuestra ciudad. Ahí tenemos a Karhe, Alabarda, Capazo, Materia, Ice blue y muchos más… Claro, que no hay que olvidar que aquí lo que prima es el dinero, y eso sitúa a los promotores que manejan el cotarro de los conciertos importantes en Zaragoza en las «antípodas» del apoyo a los grupos aragoneses. No me extraña que hablen de crisis… ¿Acabará con esta injusticia el proyecto MVT?. El que quiera leer entrelíneas que lo haga.



Jaime stereAnt, desde la jungla.

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