Se supone que cuando uno va al psicoanalista se sienta tranquilamente, y empieza a contar sus historias, sus sueños, sus dudas y sus paradojas. Se define y se deja definir, y sale de allí sin saber muy bien si le ha servido para algo, quizá con los mismos problemas que antes, pero más livianos por haberlos compartido con el experto. En el caso de Cuti, su banqueta tras el teclado sustituyó el diván del psicoanalista, y allí nos empezó a contar relatos, crónicas de adolescencia musicadas, memorias rescatadas para la ocasión y episodios vigentes de su relación con la realidad […] |
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