CUTI (Por Beatriz Pitarch)

Se supone que cuando uno va al psicoanalista se sienta tranquilamente, y empieza a contar sus historias, sus sueños, sus dudas y sus paradojas. Se define y se deja definir, y sale de allí sin saber muy bien si le ha servido para algo, quizá con los mismos problemas que antes, pero más livianos por haberlos compartido con el experto.


En el caso de Cuti, su banqueta tras el teclado sustituyó el diván del psicoanalista, y allí nos empezó a contar relatos, crónicas de adolescencia musicadas, memorias rescatadas para la ocasión y episodios vigentes de su relación con la realidad. En el caso de Cuti el público compartió esas historias sin papel ni boli. Y también sin cerveza y sin tabaco. No era un concierto de rock & roll al uso, pero desde luego tampoco una sesión sobre el inconsciente, aunque algo había de ambas cosas.


Perfectamente secundado por una banda especialmente compacta, con Guillermo Mata al bajo, Jose Luis Seguer «Fletes» a la batería y Roberto Montañés a la guitarra, Cuti comenzó la sesión con su camiseta de Buddy Holly puesta y con su tercer disco Psicoanálisis de un man como protagonista, repasando temas como El sparring, Serenidad, Contradicción, Sumo y sigo, El rock del balón o Encontrando, donde desaparecen los coros que remarcan el juego de palabras de la letra, y nos quedamos sólo con la parte vocal de Cuti, que en algunos momentos queda eclipsada por la parte musical.


Entre canción y canción, imitaciones constantes a Loquillo, con el que gira como teclista desde el pasado verano, adoptando sus poses y agravando la voz para soltar alguna frase lapidaria de cierre a una intervención por lo general extensa, saludos a la familia que había venido hasta el teatro -abuela de 93 años incluida- y el tic permanente de seguir apretando y apretando la rosca que sujeta la barra de micro. Si eso significa algo o no, se lo dejamos a los freudianos. Nosotros nos quedamos con la sensación del boggie boggie, del rock’n’roll cincuentero y de esos barridos de derecha a izquierda del teclado y viceversa.


También nos quedamos con las colaboraciones en el escenario de Santi Diaz (Contrabando de Grifos, Los Gandules…) en Problemas y fantasmas y la de Maria Luisa Usoz (Connie Corleone) en El cabo de la felicidad, una estremecedora descripción sobre la pérdida de la inocencia con el paso del cometa Halley, que vivió Cuti desde el Cabo de Gata.


Pero además de su tercer álbum, recuperó el aragonés Música en mi jardín y El rock ha muerto del segundo disco y Tonto’s medicine del primero. Recordó a Frank Sinatra con una suave adaptación del My Way, nos regaló un rock in crescendo que no llegó a entrar en el disco bautizado como Te doy un r’n’r, interpretó El Oso a solas con su piano, rescató improvisadamente un par de estribillos de los Dynamos, banda rockabilly donde le empezamos a conocer y nos dijo adiós con el Always on my mind de Elvis y con la promesa de guardar esa sesión teatral / psicoanalítica para siempre en su mente. Nosotros también. 


Texto: Beatriz Pitarch. Foto: Sergio Falces.
 


Cuti, Maria Luisa Usoz y la banda el martes en el Teatro del Mercado

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