Hace años que no visitaba aquel lugar. Quería hacer unas fotos del emblemático sitio para www.aragonmusical.com y aproveché un rato libre, por qué no después de comer, para salir de lo mundano y atravesar ese arco rectangular donde se lee Anfiteatro Rincón de Goya entre dos logotipos del Ayuntamiento de Zaragoza a modo de iconos de desidia.
La puerta estaba cerrada pero eso no iba a impedir que pasase, cámara de fotos en mano, para mostrar, pese a su decadencia, un lugar donde naturaleza y cultura convergen sabiendo de sus orígenes comunes, como si quisieran permanecer juntas y, por circunstancias de los nuevos tiempos, eso esté resultando ser cada vez menos posible.
Tiré mi primera foto…
Tiré mi primera foto… decía… pero en realidad había tomado algunas antes, aunque no en el Rincón de Goya. A pocos metros de allí, en el propio Parque Grande zaragozano, se encuentra otro monumento al abandono, y en este caso también a la falta de neuronas de grafiteros que no lo son. Una vez, el grupo -bueno, definámolos mejor como conjunto- Rocas Negras me habló de una especie de maratón musical que protagonizaron los días 21 y 22 de mayo del año 66. Ante mi sorpresa se cumplen 40 años de aquello el mismo día de la elaboración de este texto. Casualidades de la vida… quizás… Hace, pues, cuatro décadas, Los Rocas, establecieron un récord mundial de resistencia al aguantar tocando 24 horas y 3 minutos. Contaron con el apoyo de Radio Popular y El Gran Musical de la Cadena SER. Los tiempos sin duda han cambiado; no me atrevería a aventurarme sobre el motivo por el cual un grupo aragonés de la primera década del tercer milenio estaría dispuesto a tocar durante un día entero pero en ese caso la finalidad fue, y no lo digo de coña, recaudar fondos para construir un monumento a la madre. Sí, aquella mujer entrañable que piensa que cuando te vas de marcha vuelves potando porque te sienta mal lo que cenas por allí, otra prueba más de su bondad infinita. El objetivo de la paliza musical fue, sin duda, más que loable.
Me disponía ya, pues, a entrar en el Rincón de Goya y en un estado de trance, también, como poseído por los recuerdos que me producía aquel lugar. Y entonces oí el himno de riego… ¿Qué concierto fue aquel?… -¡vaya! ¡si es la melodía del móvil!- Salí de mi ensoñación como interrumpido por una sesión Colisseum. Hay que comprar provisiones para mañana, iba a ser la fiesta de Veterinaria y me comentaban de ir al supermercado… ¿Supermercado? A mí la cotidiana palabra en cuestión siempre me ha sonado a superhéroe. En realidad me imagino a Tío Sam con un sombrero de copa y una bandera de los Estados Unidos a modo de capa intentando salvar el mundo. El mundo conocido hasta ahora, claro… o sea, USA. La conversación telefónica duró poco, afortunadamente, porque estaba a punto de explicarle al tipo del otro lado la tontería del superhéroe ese con la bandera atada al cuello -¡Ahí se ahogue supermercado!- Espero no contarle esta chorrada nunca a nadie… al menos sobrio…
Bueno, otro trago y sigo escribiendo.
En unos segundos, sin darme casi cuenta, me descubrí de nuevo anodadado paseando por el camino que lleva al escenario del Anfiteatro.
El césped se encontraba del todo cuidado. Parecía claro que se podaba y regaba de modo habitual. No se podía decir lo mismo del antiguo bar. Ese lugar había suministrado tantos litros de felicidad. Ya sólo por eso merecería ser tratado mejor que muchos de los monumentos que adornan las calles y plazas de las distintas localidades Europeas. Dentro hallé una máquina de discos a monedas algo deteriorada que me habría gustado salvar de vivir en más metros cuadrados.
La entrada al Backstage tenía peor aspecto que muchas ruinas de la antigüedad sólo que en este caso la construcción se remontaba a 1985. Por allí habían entrado Leonard Cohen, Camarón, John Mayall, Paco de Lucía, Radio Futura, Black Crowes, Héroes del Silencio… Recuerdo ver a gente esperando bajo esas escaleras a que saliera el músico de turno. No ha pasado tanto tiempo en realidad ¡quién lo diría!
Subí lo que quedaba de las escaleras, abrí la puerta naranja y entré. No recordaba como era aquello hasta entonces. De repente me vi de nuevo trabajando como voluntario en conciertos organizados por distintas entidades sociales y culturales. Sin ir más lejos incluso serví birras y otras bebidas revitalizantes similares desde aquel bar que había dejado atrás hacía sólo unos minutos ¡Bendito he sido!
Vinieron a la mente -ellas solitas, sin esfuerzo alguno- entrevistas que realicé desde distintos puntos de aquel recinto. Y risas… y besos… y algo de sexo pastelón…
Me dispuse a salir al escenario ¿cómo sería tocar allí? Pero la puerta de acceso estaba cerrada ¡vaaaaaaaya! ¿Me iba a quedar con las ganas de saberlo? Necesitaba una foto desde allí arriba. Esa sensación había que inmortalizarla.
Salí del backstage y anduve lentamente hacia la zona de gradas contemplando cada uno de los detalles de aquel lugar, hasta los más pequeños, muy detenidamente. Había muchas hierbas aprovechando los huecos dejados por el pavimento para emerger hasta un palmo del suelo, nada comparable con el bonito prado proyectado para aquel lugar, claro; naturaleza en medio de la naturaleza. Me entraron unas tremendas ganas de orinar. Los WCs se encontraban en un estado bastante desastroso pero, en realidad, en ninguna construcción del recinto había daños estructurales. Había dejadez de años pero todo parecía fácilmente restaurable.
Me apetecía, antes de echar la meadita, sentarme en las gradas, como antaño ¡qué recuerdos! Pero algo distrajo mi atención ¡No me lo podía creer! Me froté los ojos y preparé la cámara para cerciorarme de que aquello no era uno de mis tan habituales empanes mentales. Hice fotos…
¡Chabolismo debajo del tercer cinturón! Una construcción multimillonaria que parte el pulmón de Zaragoza en dos… y que, al menos, sirve de techo sólido a una familia de las que nuestros dirigentes nunca dicen nada. Existen pero en otros países; aunque lo cierto es que una vez volcada la foto al disco duro de mi ordenador la chabola seguía estando allí, seguía encontrándose claramente debajo del tercer cinturón. No habían sido imaginaciones judeomasonicascomunistasterroristas mías.
Comprobé en primera persona lo poco que molestaba ese tercer cinturón a la hora de seguir programando conciertos e incluso teatro desde ese rincón. Hice callar a mi habladora voz interior; ¡Joder! ¡Qué bien se está así!. Y ni por esas escuché a los vehículos más altos de volumen de lo que lo están, por ejemplo, en el escenario del Centro de Historia.
Al fin, tomé asiento. ¡Me vinieron tantos recuerdos! ¿Estaré haciéndome mayor?… Voy a tomar alguna foto para distraer al corazón.
Me resultó imposible hacer memoria sobre el último concierto que vi desde allí. Lo que sí recordé fueron las primeras incursiones sobre esos adoquines. Tenía 11 años y el recinto estaba recién inaugurado, todo nuevo. Practicaba atletismo en el equipo de Helios. Me gustaba correr, aunque nunca he llegado a comprender qué significado tenían las competiciones. Correr estaba bien en sí mismo, ¿por qué medirse los unos contra los otros?
No, no me iba eso de prepararme para competir. Así, cuando el monitor nos mandaba a correr al Parque Grande, de vez en cuando, se nos podía ver a 2 ó 3 atletas y futuros rockeros correteando por el anfiteatro para robar alberges. Donde ahora está el tercer cinturón había hermosotes árboles repletos del autóctono fruto. En realidad ahora no me queda muy claro si aquello era robar. Teniendo en cuenta que la fruta no me gustaba demasiado, si me hubiera planteado entonces que eso no estaba mal, dudo mucho que le hubiera encontrado aliciente alguno a la cosa. Con el tiempo cambiaría los árboles del Rincón de Goya por micciones en la puerta de la Sgae, pero se puede decir que parte de mi aprendizaje se lo debo al Rincón de Goya ¡Gracias!
Decidí poner parte de mis experiencias en práctica y oriné al fin -y a placer- justo donde antes había habido árboles frutales. Igual que en la puerta de la Sgae, esa fue auténtica orina animal marcadora de territorios.
Recibí otra llamada y entonces miré el reloj del móvil. -¡Vaya! ¡hora de ir a trabajar!… ¡a trabajar!- Desde ese mismo recinto había soñado despierto muchas veces. -Ingrata música, ingrata radio, ingratos políticos ¡ingratos todos! ¡Me voy a ir de esta ciudad! Sé que no lo haré… pero debería hacerlo… o no… ¡Qué más da!-
Ya había tomado suficiente material gráfico. Pero sabía que me faltaba algo: una fotografía desde encima del escenario. ¡Debe ser acojonante haber tocado allí! Muchos músicos se iban a quedar con las ganas de paladear esa sensación si finalmente se procedía a la demolición de todo eso. No me lo podía creer… pensando en el término demolición… refiriéndome al Anfiteatro del Rincón de Goya… No podía ser… Estos romanos están locos…
Subí como pude al elevado escenario. Y me siguieron viniendo automáticamente recuerdos a la cabeza; en este caso fotogramas mentales que me pusieron la carne de gallina. ¡No podía ser! La imagen que estaba contemplando desde allí arriba me sonaba pero que mucho. ¡Coooooño! ¡¡Yo he tocado aqui!! Mi grupo era más malo que jugar al ajedrez en días de resaca pero, mira por donde, se aglutinan 4 ó 5 planetas cercanos a virgo y ¡premio! Tocamos junto a los Asturianos Dixebra y a otro grupo que cantaba en aragonés del que no recuerdo su nombre. Volví a enfundarme aquel barato bajo eléctrico -imaginariamente, claro-, preparé de nuevo la cámara fotográfica y realicé unos cuantos disparos al aire ¡¡Todos al suelo, coño!! ¡¡Esto es nuestro y no lo tira ni cristo!! El resultado que se plasmó en la pequeña pantalla de la máquina fue, seguro, bastante similar a la imagen que habían tenido la fortuna de disfrutar tantos músicos, bajo las nubes, bajo el sol, bajo las estrellas, a la luz del astro blanco del mismo nombre que aquel grupo americano del que disfruté en el Shaman Festival. Allí mismo, en aquel recinto.
Tenía que bajarme de allí, no me quedaba mucho tiempo. Pero era imposible, totalmente superior a mis fuerzas. Por lo que me vi obligado a aceptar que, inevitablemente, había ya un trocito de mí en aquel escenario. Un cacho de alma que junto a otros retales de espíritus similares iban a luchar para que nadie les bajase nunca de allí. Sin crecer… ni cambiar convicciones… ni descafeinar rebeldía… Para poder disfrutar siempre de aquel lugar que alguien soñó como auditorio zaragozano en medio de la naturaleza, sin que nunca la naturaleza lo fuese a engullir. Porque, desde luego, del rock‘n‘roll respecto a la naturaleza, como buen perro que es, sí se puede decir aquello de él nunca lo haría… igual que del resto de diversos animales culturales restantes.
En realidad, naturaleza y cultura en un mismo rincón no es algo que suene tan mal ¿no? Con tercer cinturón o sin él ¡Qué carajo!
Sergio Falces
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