«Le había prometido a Luis Nuboso que iría a verlos. Y más después de enterarme que Jaime StereAnt (excelente guitarra aunque su manejo de la pluma y/o teclas de la olivetti le están granjeando más loas que como instrumentista de rock… ) y Pach Falcone iban a formar parte del combo».
Iba a ser una semana dura. Todos lo sabíamos. Todo el mundo lo sabía: unos evitaban pensar en ello y a otros simplemente se nos habían acabado las excusas. Luego tendría que acumular deprisa y corriendo algunos objetos de valor para pagar con ellos todas mis rentas atrasadas. Pero eso, eso es otra historia.
El miércoles y el jueves anduve por la ciudad con Carmen Ruiz, la penúltima incorporación al Chorrito de Plata con su excelente libro Música para Perros. Había que preparar la presentación y darle forma a base de palabras y sonrisas de última hora. La primera noche nos acercamos con Pablo Malatesta a la Estación del Silencio para rendir pleitesía a Enrique Bunbury, que había hecho acto de presencia en la ciudad. Es el tío que pone la pasta y además Antonio Estación nos invitó a unos vodkas con zumo de naranja que supusieron el suministro de vitaminas necesario para continuar una noche difícil. El habitual fin de fiesta en el Páramo, escuchando a Chet Baker y Tom Waits mientras se hacía dulcemente de día.
La presentación del Jueves fue en una coqueta galería en la calle de la luz, Galería Campos. Ambiente familiar, trato agradable, frescor vespertino entre las paredes encaladas, cosa que siempre es de agradecer teniendo en cuenta la ola salvaje que nos vino encima esos días. Los dos únicos chorreros que nos acercamos fuimos Inés Giménez Delgado y yo. Los otros debían estar escribiendo versos en las servilletas en algún bar de mala muerte (¡Mal, muy mal, las servilletas no son para eso!) o trabajando (Puritani, nos vemos el 30 de Junio). También estaban Ricardo Fandangos, que se pasó un ratico antes de irse a pinchar al Sugar o el pintor Luis Díez, que se encuentra en plena vorágine creativa preparando su nueva exposición y estrujó su escasísimo tiempo libre para estar allí con nosotros. Croqueta y vino, tortilla y cerveza. Carmen firmó todos sus libros y Antonio Estación vio de nuevo cómo era capaz de hacernos felices.
Por cierto, que Antonio ha coordinado un disco, Natural de Aragón, que es una absoluta delicia. Temas inéditos y exclusivos de algunos de los mejores grupos y solistas de aquí. No voy a glosar todo el listado, sólo sacaré el fluorescente amarillo y subrayaré lo importante de verdad: el retorno de los Niños del Brasil (sí, los auténticos Niños del Brasil, Antonio Estación, Nacho Serrano y Santi Rex, más una incorporación de lujo, el líder de Infravioleta, Jafi Marvel), escuchar grabada en estudio Salvavidas de El Polaco. El Polaco, como siempre, misteriosa belleza, el capitán que abandona el barco y, cuando vuelve, todos los marineros tienen sonrisa de espectros. Y el single, con vídeo incluido, de los Volador y su Vienen y van. Una pieza de esas que facturan últimamente los Volador, con el color púrpura de los sueños electrificados.
Y con Vienen y van cerraron los Volador su concierto acústico en el FNAC el sábado por la tarde. Porque allí me planté, con camisa de manga larga a pesar del calor, a ver a los muchachos. Entre el público los habituales: Santi Rex, Jordi y Javi Bronski, Chuan Lázaro… a pesar de la afonía de Antílope el concierto estuvo muy bien: canciones de los dos discos mezcladas y con una sensación de repertorio compacto muy agradable. Y el nuevo bajista que han fichado les da una fuerza para el directo que espero poder disfrutar en el formato habitual. Después una parada técnica en la Estación del Silencio para repostar y camino del Centro Cívico de la Universidad, concierto de Nubosidad Variable con invitados.
Le había prometido a Luis Nuboso que iría a verlos. Y más después de enterarme que Jaime StereAnt (excelente guitarra aunque su manejo de la pluma y/o teclas de la olivetti le están granjeando más loas que como instrumentista de rock… ) y Pach Falcone iban a formar parte del combo. En la primera fila del concierto estaba Maestre Big Sur, que tampoco se pierde muchos conciertos (y yo sé que algún día cantará en castellano, más cabezón que era Carlos Karhe y míralos ahora… ) en la ciudad y varios de los miembros de los Jafi Mondays, la nueva banda sorpresa que se está gestando entre los restos más acabados de la tardobohemia zaragozana. Supongo que si estás columnas siguen aparecerán frecuentemente. Nubosidad Variable no estuvo mal. A ver, Luis Nuboso tiene una voz muy buena, pero las canciones con cuerpo, las que distinguen a un grupo mediocre de uno con alguna posibilidad y los Nubosidad Variable parece que tienen alguna de esas (de las posibles) las cantan el guitarra y el bajo (bueno, no, que el bajista cantó una, guitarra acústica en mano, absolutamente cursi… ésa no, ésa fuera de repertorio), eso no puede ser. Una banda puede tener varios compositores y eso les da una riqueza especial. Pero las canciones las tiene que cantar el cantante.
Me encantaron los guiños a El Polaco… y por supuesto esas estrofas de Un rayo cae. Un rayo cae salía en el último disco que grabó El Niño Gusano, El Escarabajo más Grande de Europa y es una de esas canciones que son capaces de sostener una vida, como Killing Moon de Echo and the Bunnymen, como Mar el poder del Mar de Facto Delafé y las Flores Azules o The Israelities de Desmond Dekker and the Aces. Pero no sé si sabéis de qué estoy hablando, la verdad.
Seguiré yendo a los conciertos de Nubosidad Variable. Y el batería de siempre tendrá que hacerlo muy bien para hacerlo mejor que Pach Falcone la otra noche.
Podría enumerar las siguientes paradas tras el concierto, pero no creo que la cosa tenga mucha importancia en el devenir de la nocturnidad rockera zaragozana. Sólo decir que la parada más psicotrópica de la noche fue en el Fantasma de los Ojos Azules. Igual hacía cinco o seis meses que no paraba por allí pero habíamos quedado con Pablo Malatesta y, de paso, podía saludar a un colega: Julio De la Rosa, en la ciudad para pasar unos días encerrado en plan grupo salvaje con Sergio Vinadé de Tachenko y Pau de La Habitación Roja, tratando de darle forma a la mayor improvisación indie de supergrupo nunca visto antes. El calor era tan sofocante que hasta mareaba. Todos en camiseta o remangados hasta parecer que nuestro trabajo consistía en recoger algodón acompañados de un niño Johny Cash mientras cantábamos espirituales negros, ¿todos? No, un hombre, el hombre, resiste ahora y siempre: Chema Fernández con traje y americana. Eso es elegancia y lo demás TONTERíAS. Que luego nadie pregunte por la auténtica esencia del dandismo maño.
Y aún quedaban fuerzas el domingo para un concierto. Julio lo merece. No voy a perderme en loas y alabanzas para/con el ex_líder de El Hombre Burbuja, ni contar nada acerca de su intensa relación con la santísima Zeta, Julio prometió traer el té de los locos pero nos dejó un toco tibios esta vez, repitiendo el repertorio que ofreció hace unos meses en el mismo escenario. Y encima no tocó Chelsea Hotel de Leonard Cohen. Al entrar corriendo, acababa de salir de dar unas clases, me topé con Diana Dalky que me informó de la altísima concentración de VIPS musicales en la sala: los auténticos aficionados, Luis Díez, Pablo Malatesta o Pablo Picore, los que no sé qué coño hacían allí, más que nada porque siempre han sido unos talibanes en lo concerniente a las canciones cantadas en español, Hugo Big City y su hermano Borja Huracán Ramírez o los dos Tachenko fundadores y supervivientes, que se pegaron todo el concierto riéndose y haciendo bromas privadas, hasta Enrique Bunbury que debía estar completando una ronda de puesta a punto con la modernidad restante en la ciudad. De todas maneras un poco de Julio es suficiente. Siempre. Mala suerte si te lo perdiste o no te enteraste de nada porque estabas haciendo ruido de fondo. La única duda que me quedó fue… ¿Pagaría Bunbury la entrada?
Octavio Gómez Milián
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