Unas doscientas personas, la mayoría sentadas, esperaban ansiosas la actuación de Javier Krahe en Sariñena. Pasaba media hora de la medianoche y un servidor bajaba del escenario con la satisfacción del deber cumplido. Tras recibir felicitaciones del propio Krahe, me metí de lleno en la faceta de cronista. Comenzó el recital con El cromosoma, lo cual no deja de ser anecdótico, pues si bien Krahe no reniega de su etapa en la Mandrágora, si es cierto que centra su repertorio en sus canciones mas recientes. Y es que, aunque buena parte del público tan sólo conoce a este artista por aquel mítico disco, en los 25 años que se cumplen de su grabación, Javier Krahe ha editado cerca de una docena de discos, algunos de ellos verdaderas biblias de la canción de humor. Como era de esperar, se centró en sus últimos discos: Cabalas y cicatrices (2002) y el recién publicado Cinturón negro de Karaoke. Sus composiciones recientes, lejos de abandonar ese tono canallesco que adorna toda su creación, adquieren si cabe más ironía y mala leche, sobre todo al tratar ciertos temas, como la impotencia en Kriptonita o No todo va a ser follar. Precisamente esta última fue la mejor recibida entre el público, ya sea por complicidad (los coetáneos del cantautor) o por que su lenguaje directo engancha a un público joven que, cada vez más, abarrota sus conciertos. Hubo algún momento más íntimo, donde el humor quedó en segundo plano, como en la interpretación de En la costa suiza, preciosa canción filosófica que nuestra paisana Carmen París adaptó en el tributo a Krahe Y todo es vanidad (editado por 18 chulos el año pasado). Sin embargo, el público pedía risas y títulos como La Yeti (una salsa orientada al mercado asiático), Como Ulises (su revisión de La Odisea de Homero) o Eros y civilización, presentada como una reflexión sobre el pensamiento único (es decir, lo único en lo que pensamos: el sexo), las provocaron a raudales. Y, como no podía ser de otra manera, el público exigía algo de la Mandrágora, así que Javier López de Guereña (guitarra) y Fernando Anguita (contrabajo) atacaron los primeros acordes de Marieta, adaptación de la famosa canción de Georges Brassens, donde disfrutamos de Krahe tocando el kazoo entre toses. Y para terminar la velada, Villatripas («voy a cantarla porque para una vez ganan los buenos…»), que puso a los presentes en pié coreando las palabras del señor alcalde mientras batían palmas. Y no solo se ganaron al público sobre las tablas, pues tras la actuación compartieron cubatas y conversación con el respetable. Acaso esa sea la clave para entender el éxito de este cantautor, amén de su maestría como letrista: la cercanía con el público y la cotidianidad que rezuman sus canciones, que todos los allí presentes pudimos hacer nuestras por una noche. Texto: Juako Malavirgen |
