Uno es capaz de recorrer cientos de kilómetros por ver a los viejos amigos interpretando las canciones de siempre sólo por la sencilla sensación de no sentirse solo. Puede que ésa fuera la razón por la que después de una noche agitada –sesión salvaje en el Mar de Dios junto a Santi Rex- y, a pesar de los comentarios y descalificaciones de alguno de los rockeros al enterarse del motivo por el que no seguía la juerga en otro boliche- Sí, tío, me voy a ver a Gabriel Sopeña a Barcelona.- o que para mí los discos de aquella época, los de las más intensas colaboraciones entre Sopeña y Loquillo, son la banda sonora de mi tránsito de adolescencia a madurez. Lo que sí es cierto es que sin dormir me agarré un autobús y me largué a BCN.
A las 22h en punto se apagan las luces y la sala, encendida sólo por algún cigarro partizano –de los que cruzan la frontera en incursión rápida y vuelven rápido a territorio amigo.- y la brillantina del tupé de algún rockabilly- supongo que es el público del Loco en bcn, indiferentes frente a la variedad estilística de la oferta. Se va a ver al Loco y punto. Ahh, talibanes del rockandroll.- silencia todas las voces para la aparición de Gabriel Sopeña, guitarra acústica en mano, presencia inexorable con los años, canción de rock adulta, que rasga con rabia las cuerdas, solo, en el recital de las palabras. Comienza con una pieza inédita de su cancionero, una composición potente que pide a gritos una banda eléctrica completa detrás, la madurez de un beatnik cansado de muchas cosas pero siempre con los ojos abiertos para que no se le escape nada. Con el primer tema ya quedó claro quién sigue mandando. Pero la segunda, bueno, la segunda fue Cass. Y los zaragozanos que estábamos entre el público nos arrancamos a cantar el histórico tema de MasBirras.
Sopeña no engaña, para la siguiente canción, un tema que grabó en Mil Kilómetros de Sueños, su disco solista de hace una década, un tema que apareció por primera vez en un disco que fue clásico y escuchado hasta la extenuación por gente de mi generación: Mientras Respiremos, de Loquillo y Trogloditas. Una historia basada en el American Graffiti de George Lucas y toda la mítica del rockandroll de los 50. Con letra de Jose María Sanz, John Milner. De John Milner y con la gente caliente, Sopeña invita a Loquillo, Barcelona aplaude. El Loco, enorme, de negro, sin miedo a mostrar gafas en público, Jack Daniels y Marlboro y una vieja canción de Kriss Kristofferson que hizo popular Janis Joplin: Me and Bobby McGee. Emocionante. Allí empezó todo, la colaboración que dura lustros entre Sopeña y Loquillo. Y después una nueva concesión al imaginario colectivo zaragozano, Sopeña agradece a los jovencitos que iban a ver a MasBirras en los ochenta, a Bunbury y los Héroes y, con el Loco en los coros- un pequeño atentado, no nos engañemos tampoco, hay canciones que mejor que no se cantaran tan a la ligera- esa hermosísima canción que es Apuesta por el RockandRoll.
Esa manera que tiene Sopeña de ponerle música a los poemas que hablan de las cosas sencillas pero cargadas de lecturas y recovecos es la que me apasiona. Los dos discos que grabó en los noventa con Loquillo son una biblia para el amante bígamo del rock y la poesía. En una noche como ésa no podían faltar: de La Vida por Delante cayeron La vida que yo veo, un texto de Bernardo Atxaga y de Con Elegancia, un poema de Mario Benedetti, Transgresiones e Inútil escrutar tan alto cielo, de Manuel Vázquez Montalbán. Esa última pieza remató, con la complicidad y hermosura en aquellos versos del autor de Carvalho “Inútil astronauta que contempla estrellas para no ver las ratas” , el concierto de Sopeña propiamente dicho.
Porque después salieron los Trogloditas y la cosa ya fue completamente diferente: aunque Sopeña permaneció en el escenario la cosa se movió por derroteros más propios de un concierto de rock puro. Sí que se siguieron haciendo temas de los discos de poesía: un impresionante Cuando pienso en los viejos amigos, sobre un texto de Luis Alberto de Cuenca o el retrato dandy decadente del último poema de Jacques Brel, Con elegancia o hermosísimas interpretaciones de canciones de la banda sonora original de Mujeres en Pie de Guerra, las estremecedoras Antes de la Lluvia o El año que mataron a Salvador o incluso las lúdicas El hombre de Negro – que Loquillo presentó como un texto del poeta norteamericano Johnny Cash– o Brillar y Brillar, pero la cosa se difuminó demasiado. Y eso que Cuti e Igor Paskual lo bordaron en Rockandroll actitud.
Además yo había ido a ver a Sopeña.
Lo mejor: el último tema de la noche, el maravilloso No volveré a ser joven, de Jaime Gil de Biedma.
Lo peor: Aparte de las diatribas seudopolíticas y repletitas de lugares comunes con las que Loquillo nos castiga entre canción y canción… ¿de verdad no lo resulta sonrojante cantar temas como Por Amor, Cuando fuimos los mejores o hermanos de sangre? letras malísimas, semántica de guerra/batalla/mussoliniaca… con el repertorio que tiene.
Una petición: ¿Cuándo va a tocar Sopeña en Zaragoza un concierto completo, con repertorio de todas las épocas, MasBirras, poesía, material nuevo, composiciones y versiones? ¿Cuándo, cuándo, cuándo?
Octavio Gómez Milián
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