Yo no soy fan de Toto. No tengo sus dieciocho discos, ni me he recorrido kilómetros para verlos en otras ciudades, así que en teoría mi opinión debería ser más objetiva. Y digo en teoría porque a los diez minutos de concierto la neutralidad había desaparecido.
Empieza a sonar la música mientras lo único que se ve en el escenario son unas cortinas anaranjadas imitando el diseño de su disco Falling in between. Redoble de batería y cortinas al suelo de un tirón para ver al grupo ya tocando entre el delirio colectivo. Vale, es un efecto muy visto, pero sigue resultando.
Aún no habían terminado la primera canción y ya se veían bocas de asombro por todas partes. Steve Lukather domina la situación, él está en el centro del escenario dando paso a unos temas y otros, sacando su colección de guitarras, introduciendo, cantando y por supuesto, realizando sus esperados, aclamados y aplaudidos solos. A su izquierda estaba Leland Sklar, reputado bajista con más de 2.000 grabaciones a sus espaldas, para artistas como Rod Stewart, James Taylor, David Bowie o BB King. Uno de los grandes, vaya. Venía en sustitución de Mike Porcaro, quien se encuentra recuperándose de una lesión en su mano izquierda. Y decía Lukather que para él era un sueño tocar con Sklar. No me extraña.
Siguiendo con los músicos, Simon Philips se escondía detrás de una gigantesca batería, que yo recuerde con al menos 7 timbales, 2 cajas, 1 octodrum, platillos a mansalva y doble bombo. Imagina la parte del solo. Ni en Calanda montan tanto jaleo. El teclista, Greg Phillinganes, también tuvo su momento de gloria exclusiva, en un impresionante solo que comenzó con el Concierto de Aranjuez para acabar mezclando flamenco y jazz a una velocidad vertiginosa. En una segunda guitarra estaba Tony Spinner, el más joven de todos, que destacó especialmente en el set acústico con sus 12 cuerdas y en las voces y coros con sus armonías vocales. Hablando de voces, Bobby Kimball ya no tiene 30 años. Y eso se nota, quizá en él más que en otros componentes, y aunque entregado como el que más, había ocasiones en que se salvaban las canciones por los coros marca de la casa. La noche nos regaló momentos imborrables como sus macroéxitos Hold the line, Rosanna o Africa, por nombrar algunos de los más coreados, una puesta en escena muy visual con tres pantallas futuristas en el fondo de escenario y un buen ambiente contagioso.
El de Zaragoza era el último concierto de la gira. Si en algunos grupos eso hace que se resienta el sonido o la actitud debido al cansancio, en el caso de Toto lo que provocó fue una serie de bromas internas y externas entre los miembros del equipo. Dos de ellos salieron vestidos de pollo (y en calzoncillos) a acercar una batería más pequeña para el set acústico al centro del escenario y adornarla con una enorme maceta ante las carcajadas constantes del grupo. A mitad canción acústica salieron a darle la vuelta a la plataforma sobre ruedas en las que se apoyaba y a Simon Philips, sin soltar las baquetas, lo pusieron de espaldas el resto del tema antes de llevárselo adentro sin que se levantase de la banqueta. De todo esto los primeros que se reían eran Toto que no sabían nada y se veían sorprendidos cuando al presentar a la banda, por ejemplo, se proyectaban imágenes de la Familia Monster. Y así, entre risas, baladas, rock, AOR, virtuosismo, complicidad y compenetración me convencieron para hacer la crónica de forma absolutamente subjetiva.
Texto: Beatriz Pitarch
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Foto: Ángel Burbano