Blues, un paso, dos pasos y vuelta a empezar.
Acurrucado en una esquina, con pose de mendigo, con ropas de mendigo y con olor a mendigo. Su voz aguda, nasal, estridente pero afinada, hermosa, verdadera. Hablaba lo que cantaba, como si Dylan fuera en realidad profesor de aeronáutica, no engañaba con gorgoritos, falsetes y otros adornos. Era jodidamente real.
“Y ves cómo el viento te trae de vuelta a mi, nena”
Ya podía ser la segunda personalidad de un ejecutivo que da el paso decisivo en la ventana del Empire State que él te convencería de que merece la pena vivir. Real, muy real, quizás demasiado real.
“Y recurro a tu experiencia para comprender…”
Vuelta a la harmónica, vuelta a su realidad.
El condenado repetía el mismo ritual desde hacía décadas, veinte horas en la misma sujetando el edificio que adornaba el corte de la manzana. Cuatro horas sin saber quién era, y preguntándonos cuál es su libertad y cual su esclavitud. Cuando la rutina es bella, ¿quién desea acostarse con el caos?
“Para comprender que en este mundo sólo seré yo…”
Solamente será él.