DISTRITOCATORCE. Sala Multiusos de Zaragoza. 09/02/08

Distritocatorce convocaron un último concierto a modo de despedida, un acto que les sirviera de encuentro definitivo con todos aquellos que les acompañaron en su trayectoria profesional, tanto público como músicos. Y una cosa estaba clara: lo iban a hacer por todo lo alto y, en efecto, así fue. Desde el momento en que se abrió el improvisado telón y pudimos ver el diseño del escenario –con unas cortinas blancas iluminadas y unas sogas colgando-, las luces y focos, la cantidad de pies de micro, las dos baterías, los dos coristas, la cantidad de cámaras de televisión colocadas estratégicamente, etc,… supimos que era algo especial. Un espectáculo único y verdadero. Una noche histórica para la música en esta ciudad.

La Multiusos registró una entrada aceptable, a pesar del elevado precio de las entradas y la nefasta cultura musical del gran público, y se llegó a las 2.000 personas. Apareció en escena el grupo –con la que ha sido su formación los últimos años- y comenzaron con una sintonía a modo de intro y Mariano Casanova balbuceando una frase que creo recordar que decía: “Son solo palabras”. Después “Hogar dulce hogar”, la primera canción de la noche, perteneciente a su último disco de estudio. El grupo había anunciado previamente –a través de un portavoz- que no iba a haber palabra ninguna en el transcurso del concierto, sólo canciones. Y así fue. El grupo fue desgranando una a una sus perlas, con un sonido muy logrado y una banda impresionante acompañada en esta ocasión por dos coristas –mención especial a Clara Téllez que estuvo soberbia- y un percusionista. Sonaron los primeros clásicos de la noche “La guitarra y el puñal” y “Eras tan feliz” y a la mayoría se nos puso una sonrisa de oreja a oreja que perduraría ya durante todo el concierto. Sonaron después, en este primer tramo, muchas de las canciones de su último disco “El sueño de la tortuga” tales como “Lo mejor del mundo”, “Sunday’s girl”, “Si tuviera un día más” o “La burbuja”. En todas ellas acompañó en la batería Juan Millán, el que grabó este último disco y el último batería oficial de la banda. En ausencia de palabras, la forma de presentar a los invitados fue proyectar sus nombres sobre la enorme pantalla colocada atrás del escenario, y bajo el nombre, el periodo de tiempo y/o el disco en el que ellos participaron. Así presentaron al siguiente invitado, el bajista Alberto Moliner, uno de los pilares básicos de Distritocatorce a lo largo de su historia; salió sonriente y feliz a tocar junto con Iñaki Fernández y Tito Gracia –la formación original de la banda- y revisaron juntos una vieja canción con aire rockero e incluso punk de sus primeros tiempos y “Alguien visita mis sueños”, una de las gemas de ese magnífico LP que es “El cielo lo sabe”.

Y así se llegó a uno de los mejores momentos vividos durante la noche: la aparición de Aurora Beltrán, la incombustible ex-cantante de Tahures Zurdos que salió a cantar a dúo con Mariano otros dos diamantes en bruto de la discografía de Distrito: “El final” y “El sabor de mi pasado”. Aurora realizó una interpretación increíble, de esas que marcan al espectador y que hacen sonreír a toda la banda que le acompaña. Con su voz y su guitarra hizo estremecer a todo el respetable sobre todo a la hora de interpretar “El sabor de mis pasado”, posiblemente la canción más emotiva de Distritocatorce. Y después de alguna canción más y sin anuncio previo, apareció el otro gran invitado de la noche –fallaron Amaral y Antonio Vega– : Enrique Bunbury. El crooner zaragozano, sin duda, ha sido parte importante en la historia de sus paisanos y no podía faltar a una cita de estas características. Todos sabíamos que iba a interpretar “Frío” pero nadie imaginaba que la segunda canción de Enrique sería “Soñando otra vez”, y la verdad es que bordó ambas. Su voz grave se compagina a la perfección con la de Mariano, todavía más grave aun si cabe. La pena fue que no interpretara “Bajo el Huracán”, canción del primer disco de Distrito 14 en la que Enrique aporta su voz haciendo unos coros espectaculares.

Acto seguido, y después de que Bunbury se retirara en medio de una gran ovación, le tocó el turno al gran Ramón Gacías; para muchos el mejor batería en la historia de esta tierra. Ramón grabó en 1995 algunas percusiones para el disco “La Calle del Sol” y participó en su producción y hace tan sólo unos meses acompañó al grupo, esta vez como batería, en el concierto que Distritocatorce ofreció en el Teatro Principal de Zaragoza. Y no podía faltar. Se sentó en la batería adicional que se había instalado en el lado derecho del escenario y comenzaron a tocar “La maldición”, ese auténtico zarpazo de rock “fronterizo” que hace moverse a todo el que posea sentido del ritmo; fue, de hecho, de las más aplaudidas de la noche. Y después continuaron juntos interpretando “Canción con un verso roto”, comenzando sólo Mariano con su guitarra española y terminando toda la banda a la vez en un ejercicio muy trabajado de intensidad e instrumentación. Con esta soberbia canción dieron por terminada la primera parte del concierto. Para el primer bis, Mariano se cambió la guitarra eléctrica por la acústica y atacaron con “Valium & Champagne”, piedra angular de su último disco y reservada para la colaboración con Antonio Vega, que a última hora negó su asistencia. La tensión iba creciendo en el ambiente: se acercaba el final. Los músicos que habían ido apareciendo como invitados a lo largo del concierto, se sumaban ya sin avisar al escenario, a la banda.

Y por fin se volvieron a meter los músicos una vez más entre bambalinas hasta que de nuevo apareció Mariano seguido de sus compañeros y Mané Larrega acarició por última vez los acordes del final. Sin duda, los acordes de “Días de gloria”. Himno, oración, plegaría, canto, auténtica piedra angular de la discografía de Distritocatorce durante todos estos años. Quizá la única pieza que realmente logró en su día traspasar estas fronteras y llegar hasta el gran público. En este momento a Mariano ya se le notaba nervioso, con un nudo en la garganta quizás. Todos los invitados de la noche (a excepción de Bunbury) salieron a acompañar a la banda en su último suspiro y a Mariano no le hizo falta sacar pecho. Las 2.000 personas allí presentes cantamos uno a uno los versos mágicos de esta canción. Hasta llegar a corear los dos últimos estribillos sin ninguna nota musical sonando. Y allí fue cuando Mariano se derrumbó, de alegría y de tristeza a partes iguales, y rompió a llorar. Abrazando uno a uno a todos los que un día fueron sus compañeros, se retiró dando una vez más muestras de cariño a su público.

Más que un concierto, una liturgia. Un ejercicio de memoria que a más de uno le puso seguro un nudo en la garganta. Esos días ya no volverán, pensaría.

Pero nos quedan los discos. Y la magia de unas canciones que sí son inmortales.
Texto: Alex Elías
[email protected]
Fotos: Ángel Burbano
 
Mariano Casanova y Aurora Beltran
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