Tenía muchas expectativas puestas en el concierto de Guadalupe Plata. Su actuación en La Lata de Bombillas hace escasos meses dio mucho de qué hablar y las redes sociales ya se habían hecho eco de un espectacular show en el festival Estoesloquehay, tan sólo el día anterior. Con un Ep y un disco largo, “Guadalupe Plata”, estos cuatro andaluces (de Ubeda, pero residentes en Granada), ya se han hecho dueños de un estilo propio. Han recurrido al rock más primigenio, ahondando en las estructuras más simples del blues, pero impregnándolo de bizarrismo, referencias al surf y la serie B; es decir, han vuelto a los orígenes para volver a crear algo novedoso, rompedor y excitante (algo así como hicieron The White Stripes, con un estilo más respetuoso, pero igual de renovador).
El pasado sábado en la Sala López se pudo disfrutar de todos estos elementos. Sin embargo, algo falló. Los cuatro músicos tienen una técnica depurada y un virtuosismo lejos de cualquier duda, pero les faltó alma, algo imperdonable en una propuesta así. No es que fuese un mal concierto, es imposible con un repertorio que incluye Pollo podrío, Gatito, I’d rather be a evil o Baby me vuelves loco, pero me quedé con la sensación de que había que exigirles más.
Pensé que, tal vez, fuese cosa mía, que estuviese cansado y que no había logrado conectar con ellos. Los bises me despejaron cualquier duda: volvieron a salir y regalaron dos temas más, que transmitieron mayor intensidad que todo el concierto dado hasta ese momento. Esos eran los Guadalupe que había estado deseando ver. Lástima que entonces finalizara el show. Una amiga resumió mi sentimiento: “parece que han tocado para ellos, sin tener en cuenta al público”. Así fue, pero ya estoy deseando verles en plenas facultades. Ah, por cierto, la edición en vinilo de su primer trabajo es una preciosa obra artesanal, con troquelado incluido.
Texto y fotos: Jaime Oriz