De vez en cuando viene bien que alguien dé un golpe en la mesa, que la haga temblar y que toda la insipidez, el malestar y la tontería se tambaleen hasta caer al suelo. De vez en cuando es necesario el reconocimiento de la mal llamada virilidad en esta España rancia llena de prejuicios, estereotipos y basura con piernas (e incluso con corazón). Eric Sardinas, a estas alturas, no engaña a nadie. Da lo que ofrece, ni más ni menos. Recuerdo cuando me lo presentó un Buenafuente que todavía hablaba catalán, cuando no importaba la barrera del idioma, también recuerdo cuando quemaba guitarras y utilizaba botellines de cerveza como slide. Aquello era rock puro y duro, del que te abofetea una y otra vez dejando a Jesucristo como un principiante en lo de poner la otra mejilla.
Con una Sala López repleta de seres que vendieron su alma al diablo en cualquier cruce de caminos el show dio comienzo. Únicamente dos extraterrestres más, del mismo Universo que el protagonista de la velada seguramente, pisaban el escenario, Levell Price al bajo y Chris Frazier a la batería. Actitud, pose y obviamente vestuario, todo muy bien escogido para la ocasión. Un estilo de vida único en el que la música quizás sea lo más y lo menos importante.
Sardinas cumplió el objetivo de convertir la noche en una fiesta del rock and roll revisando temas de su ya extensa discografía y presentando los que componen su nueva grabación: Sticks and Stones. Pura fuerza arrolladora, guitarras hilarantes, guerreras y afiladas con el especial toque del slide. En temas como Down to Whiskey parecía que la Sala se había trasladado al mismo Texas y que en la puerta aguardaban decenas de Harleys-Davidson. Vamos, que daban ganas de quebrar la cabeza de al lado con una cerveza al estilo Steven Seagal.
El concierto siguió el curso marcado de antemano y temas como Road to Ruin, Behind the 8 y Piece of me, hicieron las delicias de los asistentes que mostraron su entusiasmo interactuando con la banda con los típicos silbidos y “yeahs” de la ribera del Ebro. Si tengo que poner un pero a la actuación de Sardinas es su constante manía de cantar fuera del micro y de utilizar el recurso del falso unplugged en repetidas ocasiones. La interpretación de Country Line fue un acierto pero quizás el público no estaba por la labor de consentir menos ruido del requerido.
Tras casi dos horas de espectáculos, la Sala López (de la que lo único que puedo criticar es la dura resaca que siempre me deja) fue dejando espacio para su música habitual. Y mientras los rockeros iban a celebrar un nuevo triunfo los zombies se seguían arrastrando por las cloacas esperando su momento de gloria. No teman, entre tanto recorte y reforma seguro que les ven pronto. Abróchense los cinturones porque la semana que viene promete. Peace & Soul.
Texto y fotos: Stabilito, D.
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