
Que antes de un concierto de Iván Ferreiro suenen por el hilo musical de la sala artistas como La oreja de Van Gogh, El Canto del Loco o el último megahit del reggaetón dice mucho de la preparación del show. Y puede que sea una nimiedad pero uno, con el culo pelado de asistir a conciertos, sigue tomándose muy en serio los preámbulos de las citas amorosas y musicales. Llámenme romántico, llámenme perfeccionista pero el primer error de la noche era ya difícil de subsanar.
Luego vendría el problema del sonido, unos vaivenes que hacían que el ruido, ya de por si molesto, de la gente que tiene el postureo por bandera se haga insoportable. Tal vez entendieron mal el título de la última grabación del gallego (Confesiones de un artista de mierda) y quisieron ponerse a la altura del nombre (ejem). No obstante el concierto, que a priori pillaba un poco a desmano pues no hace mucho de la gloriosa última visita de los hermanos Ferreiro, resultaba tan tentador que era imposible no dejarse caer.
Y es que la interpretación de Mi Coco y de los dos temas inéditos (entran a grabar en breves) ya valían el precio de la entrada, de las cervezas y los tropiezos con el staff de la sala más acostumbrado a lidiar con bailongos que con amantes de la música pop. Iván Ferreiro, otra vez acompañado de su inseparable hermano Amaro, repasó toda su etapa en solitario (Días Azules, Canciones para el tiempo y la distancia, Tristeza, NYC, Jet Lag…), con Los Piratas (El equilibrio es imposible, Inerte, M…) y las versiones que le dio la gana (Xoel López, Maga, Quique González, Love of Lesbian…).
Dos horas para recordarnos que Iván Ferreiro es un currante, un músico que en tiempos de crisis se reinventa y trabaja para ganarse el pan. Nosotros en mejores o peores condiciones estaremos siempre atentos al pequeño genio pues nos ha salvado alguna que otra vez de la miseria y de la extrema pobreza.
Texto y foto: Stabilito, D.
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