Tras unos cuantos años de dudas, de idas y venidas, de altas y bajas, de lluvias, tormentas, festivales y palabras, muchas palabras, Zarápolis sacan a la luz su primer larga duración. Un disco que se ha prolongado demasiado en su gestación pero que al final aparece como un plato principal en la mesa del ávido oyente. El hotel de los secretos abre sus viciosas puertas a almas solitarias, perversas, perdedoras, agrias e ilusas. Las melodías del extrarradio se mezclan con los sonidos de los ochenta para sumergirse en la perversión de los versos lamidos, relamidos y viciados de sexo.
Y es que el atasco de influencias es tal que es casi imposible hablar de un palo en concreto sin desmerecer al resto de la baraja. Las guitarras psicotrópicas de extracorpóreo, los estribillos New Orleans de Qué bien se vive sin ti o los constantes acercamientos al swing marcan esta grabación en la que la conocida voz del rapsoda lascivo recorre muslos, cartas de despedida o los ecos de un pasado en el que las cosas eran más fáciles, menos complejas.
Zarápolis acierta cuando se desmelena, cuando se desprende del corsé y fluye desde dentro, cuando la base rítmica avanza desde el trópico hasta el gélido desierto. El trabajo de Nacho Lampreabe es de matrícula de honor, el de Xavi Estivill en la producción de Cum Laude, otro de los que no aparecen en las bocas de los de siempre y debería.
Otros aspectos a destacar son la colaboración de The Gospel Wave Choir que dota al álbum de elegancia y alma negra, y la preciosa portada de Juan Mora quien acierta a plasmar el espíritu de un disco que, si bien no es conceptual, tiene marcado un claro camino. Saben quiénes son, han oído hablar de ellos, seguramente les habrán juzgado antes de, siquiera, conocerles; ahora es tiempo de escuchar temas como Shortbus, de encenderse un cigarrillo y de aspirar la desgastada moqueta de la nocturnidad.
Stabilito, D.
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