“El día de Elliott Murphy”. Ahí lo tienen. ¿Quién le iba a decir a este cantautor americano afincado en París en activo desde hace más de 40 años que le iban a dedicar una jornada completa en Zaragoza, España? Inesperado y sorprendente, si; merecido, sin ningún tipo de duda. Murphy es un artista de esos que se asemejan a un trotamúsico que se recorre el mundo con su guitarra a cuestas. Sus giras son constantes y, de hecho, en la capital aragonesa ha actuado en 16 ocasiones (y sus shows en Piedrefita de Jaca, Huesca, ya son míticos). No es de extrañar, por lo tanto, que para sus conciertos reúna a un público fiel, expectante, que sabe que ni él, ni su fiel escudero, Oliver Durand, les van a defraudar.
Tampoco este domingo en Las Armas fue la ocasión. Murphy se mostró tan cercano y sobrado de tablas como siempre y Durand continúa siendo uno de los guitarras más imaginativos que recuerdo a la acústica. En el setlist no hubo sorpresas: mezcla de lavados de cara de algunas de sus canciones más antiguas (como “The last of the rock stars”,a la que recurrió en dos ocasiones, con resultados muy diferentes pero igual de satisfactorios) con joyas de su dilatada carrera (“On Elvis Presley Birthday”, siempre una delicia). Y ninguna fisura en más de dos horas de rock clásico.
Una de las virtudes que atesora Murphy es que no renuncia a la cara más festiva del rock. Aunque muchas de sus canciones le emparentan con el folk tradicional americano (con Bob Dylan como faro), no renuncia nunca a hacer partícipe a su público en su liturgia (ya sea para celebrar su día especial como otro cualquiera). Por eso no es motivo para levantar la ceja que para capear el tiempo muerto que supone cambiar una cuerda rota recurra a una “Like a rolling stone”, que homenajee a David Bowie con “Heroes” (sí, el camaleón estuvo a punto de producir su segundo disco. Si tienen dudas en la elección, escuchen a fondo “Aquashow”, se sorprenderán), ni que se apropie de “Walk on the wild side de Lou Reed como si fuera suya.
Aún con la noche totalmente ganada, quiso despedirse de manera especial: con las dos guitarras acústicas y cantando como si estuviéramos en el salón de su casa. Y es que a estas alturas, para mucha gente, Elliott Murphy ya es como como ese primo lejano que siempre te alegras de ver.
Texto y fotos, Jaime Oriz