En Aragón tenemos nuestros mitos y nuestras leyendas, nuestros chascarrillos y nuestras tradiciones. Pero también podemos presumir de tener nuestros personajes públicos, gente que trasciende, que rompe fronteras y que cuando vuelve, lo hace con gestos sinceros y de agradecimiento hacia unas tierras duras y fáciles de apartar por el ser escrupuloso. Con Amaral (Eva, Juan y los demás) servidor siente que la música adquiere un sentido más, el de una reunión familiar en la que el “cuñadismo” achanta la mui y mantiene la velada intacta. Y todo con gestos amables.

Como el que tuvieron Amaral de presentar al público (en este tipo de conciertos hay raras avis que nunca recorren las salas y no saben lo que se están perdiendo) a dos de los grandes grupos de Aragón: Calavera y Copiloto. Los primeros tuvieron el honor de abrir la velada con su pop particular, melancolía y algo de psicodelia enmarcada en la preciosista voz de Alejandro Ortega. Un grupo de Canciones (sí, con mayúscula) en el que los músicos son artesanos y crean obras como Antipánico, Escalador, Salvaje o De Cactus que, por supuesto, sonaron y convencieron. Esperemos que la misión de captar nuevas almas funcionara. Copiloto, curtidos también en mil batallas, optaron por buscar la electricidad y la contundencia para ganarse al respetable que ya iba alborotándose y llenando el pabellón. Javier Almazán ha sabido rodearse de una banda sólida y ha creado un cancionero más que interesante para el público,¿Crecer es matar a un niño? o Los Puentes Hundidos, entre otros temas fluctuaron e hicieron la espera más que disfrutable. Pero vayamos al grueso: recinto lleno de cabezas pensantes y deseosas de la dosis que Amaral proporcionan de vez en cuando en la ciudad (muchos niños, muchas niñas, ¡futuro, futuro!).

Con una escenografía brillante creada para el Tour Nocturnal y con un repertorio renovado salieron a escena con otro gesto noble, el acordarse para su nuevo camino de un grande como es Tomás Virgós (The Fractal Sound) que impregna a la banda un universo sónico más atmosférico desde sus teclados y sintes. Junto a los ya consabidos Ricardo Vicente, al bajo, y Toni Toledo, a la batería, la máquina perfecta. El inicio del concierto fue frenético con Unas veces se gana y otras se pierde, Revolución, Salir Corriendo (una de las canciones que salva vidas) y la sensualmente adictiva No sé qué hacer con mi vida, la audiencia ya estaba entregada y totalmente dispuesta.

El recorrido inevitable por los radio éxitos de Días de Verano, El Universo sobre mí o Como hablar sació las ansias de corear (quizás la única pega fue Marta, Sebas, Guille y los demás por su versión corta y ralentizada que no terminó de convencer). Y el concierto pasó como un suspiro, entre lunas, constelaciones y animales desatados, entre movimientos de pelvis, riffs mediterráneos y aquelarres en los que la humanidad es el centro del Universo y de la hoguera. Cazador y Hacia lo Salvaje pusieron el alto en el camino para que Eva y Juan se tomaran un respiro acústico, ellos dos, como en los inicios, con Laberintos. Emociones a flor de piel.
Al final el sonido disco impregnó Llévame muy lejos y Sin ti no soy nada (una interesante y acertada revisión) para disfrute de las caderas y cuellos. El concierto, Moon River aparte, terminó con Nadie nos recordará, un guiño sin duda al espectador medio (¿sabrán la problemática de las salas? Me pregunto inocentemente). Una noche impecable. Amaral son tan nuestros como el Ebro o el Pilar, compartan, difundan, háganse fotos y disfruten, pero recuerden que hay vida fuera de la caverna y la luz de la Luna es preciosa.
Texto, Stabilito, D. – Fotos, Ángel Burbano
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