El primer concierto de una leyenda como Peter Murphy en Zaragoza era inevitable que se convirtiera en un evento extramusical, en un acto social ideal para recordar viejos y despreocupados tiempos y ver las caras de viejos conocidos y compañeros de largas noches. Hasta aquí todo correcto, el problema se produce cuando el asunto deriva en un patio de vecinos en el que lo que menos importa es la figura que está subida al escenario. Esa noche la música se convirtió en un mero artefacto nostálgico, en un producto artificial de usar y tirar; se le despojó de toda su aura mágica y de su capacidad de emocionar por si misma y otorgó un papel secundario al líder de Bauhaus. Si alguien quiere pagar 30 euros por dejarse ver por la sala Oasis es perfectamente respetable, allá él, pero no es justificable que durante la hora y cuarto que duró la actuación el resto del público tuviéramos que aguantar un constante murmullo. A todo esto hay que añadir los incesantes problemas que tuvo el técnico de sonido del músico para adaptarse a la sala, por lo que disfrutar del concierto fue una tarea casi titánica. Y aún así, Murphy salió bien parado.
Centrándonos ya en la parte meramente musical, descubrimos a un artista más cálmado que en antaño pero que no está dispuesto a doblegarse a las exigencias del gran público. El show fue un repaso a su carrera en un formato semi acústico (bajo, guitarra y violín) que no dejó de lado gran parte de sus temas más reconocidos: el arranque con una maravillosa “All night long” ya nos puso sobre aviso. Sin abandonar ese aire oscuro y gótico marca de la casa, Murphy logró momentos realmente inspirados con tan pocos elementos escénicos e “Indigo eyes”, “Marlene Dietrich’s favourite poem” o “Hollow hills” sonaron diferentes a sus versiones originales pero igual de excitantes y misteriosas, reforzadas magistralmente por el violín.
Tras la esperadísima y bien ejecutada “Bela Lugosi’s dead”, Murphy, cansado de los problemas de sonido y el incesante murmullo abandonó el escenario y decidió no regresar para interpretar los últimos bises. Fue gran parte de ese público impertinente el que más se sintió ofendido por su plantón. Fue lo menos que podía recibir. Los demás nos quedamos con la sensación de habernos perdido el que podría haber sido un más que digno concierto de unas de las figuras más importantes del rock de los 80 (nos privaron, por ejemplo, de “Cuts you up”, que estaba prevista). Como también ha terminado la crónica de mi compañero Gonzalo de la Figuera: una lástima.
Texto y fotos, Jaime Oriz