En contadas ocasiones sucede, se juntan el hambre con las ganas de comer y se encuentra el lugar perfecto. Un cúmulo de casualidades (quizás, causalidades) que hacen que se esté en el sitio y en el tiempo correctos. Las mentes pensantes de la ciudad lo tenían claro, Zaragoza es una ciudad con escasas alturas pero con gigantes vistas…y buscando y rebuscando aparece el Museo Pablo Serrano, con su gigantesca cabeza de Mazinger Z incrustada en pleno centro de la vetusta capital aragonesa. Moncayo por un lado, Pirineos por otro y los magníficos edificios maños a vista de ave rapaz. Juntemos, al bucólico paisaje, un buen vino y unas tapas de diseño y si nos parece poco, mezclemos y agitemos todo con María José Hernández de late motiv (muy bien especiada con la compañía del magnífico Sergio Marqueta a los teclados). ¿No me negarán que el plan no es para llenar aforos? La voz de la cantautora aragonesa se paseaba por las mandíbulas de los asistentes, mezclando cabaret con chanson francesa, y es que los susurros de María José Hernández lucen muy bien en el acústico, y más cuando se acuerda de Labordeta, de Edith Piaff o del mismísimo Río Ebro (en una bella adaptación de Furo). Al final, La Divina Azotea ha resultado ser un éxito rotundo que merece y debe ser repetido dándole una vuelta de tuerca más. Zaragoza reclama la altura a la que pertenece.
Stabilito, D.
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