Recordando, recordando, recuerdo con una sonrisa de oreja a oreja un concierto de Hamlet en el Rincón de Goya hace unos veinte años. Entonces era más joven y más estúpido (a pesar de lo dificultoso del asunto) pero también más feliz. Y saltando de escenario al pogo y del pogo al escenario echamos la tarde-noche. El sonido de la nueva superbanda aragonesa Brutus M3 es eso, es felicidad rabiosa, es el puñetazo adolescente y la revolución del camino vital.
Y es que los seis temas que componen esta primera magna obra suenan a destrucción, a ruido del que molesta a los que no entendieron nunca la revolución y, sobre todo, rezuma jugo noventero en cada semicorchea. Que los componentes saben de qué va la jugada queda claro cuando ves las marcas de sus fusiles: Gen, Mallacán, El corazón del Sapo o Monaguillos sin fronteras. Y el Devizio convertido en otro negocio, y nosotros encerrados en nuestras hipotecas.
El banquete comienza traicionera para ser aplastada por una nube sónica y perderse en la carretera a bordo de un autobús lleno de spiz rumbo a no se sabe dónde. Herida de Borobia no baja las revoluciones y sigue el rumbo del rock cortante y distorsionado con la voz de Eduardo Monaguillo escupiendo verdades. El patio de los guantes quiere ser un blues moderno pero termina siendo la canción que marca el rumbo del nuevo grupo, con una producción (made in Franchi Gen y Guillermo Sapo) perfecta para las intenciones de Brutus M3. Lastres y Cunas relajan el sonido volviéndolo más stoner, como si los de Kyuss se emborracharan en el local de Soundgarden y Layne Staley se olvidara el jaco en el baño del bar.
Un parón para respirar y volver a la pelea callejera con las navajas afiladas y De instintos y amores, otro tema lleno de golpes de púa y de baqueta. Lemmy sigue vivo riéndose de nuestros vanos intentos. El EP llega al límite con 9,8 metros por segundo de venganza y el discurso en la cabecera de las cuatro mentes pensantes. Brutus M3 suenan, revientan tímpanos y abren puertas y ventanas en este tiempo de locura y encierro. Y las sirenas siguen inundando la ciudad…
Stabilito, D.
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