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Dylan siempre tiene razón y los tiempos, marchitos, no paran de mutar. Pero, entre pandemia y pandemia, entre el cemento y el alquitrán siempre hay tiempo para volver al pasado y resucitar las cosas que funcionaban. La música es un espectro dinámico y sorprendente y los largas duraciones vuelven a sonar como algo ajeno en el tiempo y en la distancia. Vuelven los sencillos, los singles, las canciones armadas para escuchar una y otra vez mientras apuras la
última calada de un cigarro con tabaco de liar.
Las zapatillas de basket y los maripis en la plaza y vamos al descampado a echar un polvo tan rápido como antihigiénico, el amor y el humor no entienden de estados de alarma. Sea como fuere, Mediapunta llevan la trayectoria de un rinoceronte, arrasando y dejando el camino lleno de huellas. Han asesinado a Los Crâpulas (como antes no tuvieron piedad con El Gol de Nayim) y lo han hecho con el descaro de la eterna juventud. Porque el punk solamente fue una moda y el que es macarra lo será hasta con smoking. Dos canciones como dos molinos que atacan.
Abre el sencillo La gran cacería, directa, joven e insolente y tan deliciosa como unos huevos fritos mañaneros. Lo tienen. Una canción que huele a clásico por todos los costados. Ya conocíamos El parque, uno de los must de Los Crâpulas, pero el lavado de cara le ha sentado tan bien que uno piensa que El fantasma de los ojos azules sigue abierto y estamos en la esquina vomitando un poco de pollo bravo. La producción de Bernando Calvo solamente nos alerta de que deberíamos de estar ante la presencia de uno de los grupos importantes de los próximos años. Que así sea. No nos cansaremos de desear prosperidad a unos tipos que podrían ser los cabrones del piso de debajo que te invitan a recordar noches en las que nada era más importante que vivir.
Stabilito, D.
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