Aseméjenlo a una relación de pareja, el calor inicial se transforma en otra cosa, ni mejor ni peor, es algo diferente, ajustado al paso de los años, a las cicatrices, al paso del tiempo, a las arrugas y a la, malintencionadamente llamada experiencia. La música de Bunbury ha cambiado, no les descubro nada si digo que el otrora Héroe del Silencio, ídolo contracultural juvenil, es ahora un cincuentón con una mira radicalmente diferente a la de su juventud. Y no solo los intereses del aragonés han cambiado, también su envoltorio el cual, oh sorpresa, es muy coherente con la progresión de los últimos (whatthefuck) veinte años. Las canciones y su forma de nacer han cambiado y esto no debería de coger por sorpresa al oyente que ha seguido la vida laboral del Licenciado Cantinas. Desde que en Palosanto se vislumbraran ovnis y teorías conspiratorias el discurso de Bunbury no ha cambiado, solamente se ha reforzado y vuelto más elegante si cabe.
Los Santos Inocentes se mueven a su antojo convirtiéndose en la banda con más recorrido del zaragozano. Una banda que también ha mutado y poco se parece a la que se ejercitaba con matrícula en el rock and roll de Hellville Deluxe. Durante esta promoción se ha querido remarcar el carácter afrobeat de las baterías y el discurso contemporáneo, pero poco se ha hablado de la pausa necesaria para digerir un álbum denso, que se antoja de largo recorrido y que huye de la inmediatez pese a las circunstancias de creación que todos conocemos.
Bunbury entrega diez canciones reflexivas, unas de más calado que otras, pero todas hijas de su tiempo y, por supuesto, de su creador. Llenas de versos lapidarios e incendiarios, de consejos del que sabe aconsejar, y de advertencias del que vive con los oídos abiertos y los dedos cruzados, por si acaso.
N.O.M. continúa el atractivo sonido comenzado en el notable Posible (¿recuerdan? Confinamiento y ya tal). La elegancia con la que se abre el LP se empareja con las sobrias melodías en las que Bunbury se encuentra cómodo hasta el dominio. El día de mañana quizás peque de mantener el rumbo fijo y a velocidad de crucero, pero entona con el conjunto del disco, un ladrillo más en el muro y los niños siguen cantando (vigilen a Erin Memento que es JASP y nos va a dejar a todos en la cuneta). El precio que hay que pagar debería de satisfacer al paladar más refinado, ansioso de estribillo coreable y de otros tiempos (que, ya tardan en darse cuenta, fueron otros). El momento de aprovechar el momento, surge arrastrada con el sintetizador por bandera y un saxofón que promete ser el delantero estrella de las futuras giras (suspiro), quizás una de las canciones que menos desentonarían en otros discos del maño y que recupera al Bunbury más amable de cara a la galería.
Malditos charlatanes cierra la primera cara de este Curso en el que Bunbury recupera el aurea de Ahora (El tiempo de las cerezas) para actualizarla a 2020 y que el oyente intente buscar enemigos invisibles en esta red de esperanzas con un final. Tsunami descoloca a la primera escucha ya que en cuatro minutos apenas de duración recorre varios caminos diferentes para terminar en la senda en la que a veces suele caer el aragonés errante y que hace que uno sienta que ya ha escuchado esta melodía en otras ocasiones. Hace tiempo vine a decir en una entrevista que dentro de mil años me podría equiparar a los Beatles, creo que El pálido punto azul pone las cosas en su sitio, me remito a 1990, a una foto, a una mota de polvo, a una gota de agua en un océano infinito. Pónganle un vals, una ranchera y una voz soberbia. ¿Lo han notado? Seguimos amando.
A estas alturas muchos habrán abandonado el barco despavoridos, no hay hits, no hay hits gritarán con la rabieta de un cuerpo eléctrico rebotando de estantería a estantería de un supermercado. Se perderán la delicadeza de Ezequiel y todo el asunto del Big-Bang con un falsete sobrenatural que nos remite a San Cosme, a San Damián o al demonio de Bill Gates amasando su fortuna en Silicon Valley. Las moscas de la televisión se van apagando en una carta de ajuste infinita, cercana a Radical Sonora, con La gran estafa en la que Nathan Adler tiembla ante el cruce de piernas de Catherine Tramell. Y mis rodillas siguen temblando. Tenías razón en todo cierra la cortina (hasta dentro de unos meses) de un teatro que abrirá sus puertas veinticuatro/siete. El recorrido de este Curso de levitación intensivo va a ser largo, no es un disco reflejo de esta pesadilla que comenzó en Marzo, ha venido para quedarse y su autor se frota las manos ante la locura que ha sembrado. Dentro de cinco, diez, veinte años volveremos a escucharlo y, apuesto, se habrá transformado en otra cosa distinta pero seguirá siendo delicioso. Y si no opinan lo mismo no se preocupen, el Sol seguirá saliendo. De momento.
Stabilito, D.
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