Dos maestros y una máquina capaz de descifrar el problema de los mil cuerpos, una pandemia, una pausa y cuatro canciones en tiempos de directos indirectos a cercanos a la lejanía del oyente digital. Y todo ello teniendo que condensar el arte de cada uno en pequeñas dosis, no vaya a ser que nos podamos concentrar durante más de veinte minutos en la misma tarea. La Máquina de Turing abren la puerta de sus creaciones con cuatro canciones que actualizan el proyecto de Síncopa nacido a mediados de los primeros dos mil, cuando jugar a crear todavía estaba permitido. A María Calavia y a Yerai Rubio el tiempo les ha tratado muy bien, ambos parecen dos recién llegados cuando cargan lustros de experiencias en sus mochilas. Juegan en la liga de los que han pasado años aprendiendo a componer y ahora, incluso, pueden enseñar, dejando el poso del que disfruta escuchando.
Teoremas suena creíble, con el poso de las canciones que cuidan los detalles. Porque en el pop es tan válido el último modelo de Miley Cyrus como el aullido de los lobos. Así pues, refugiados en la nueva ola del indie-rock en castellano, sacan a la palestra temas que aunque no nos sean ajenos se agradecen. Porque el repetir mentalmente una melodía no debería de ser algo malo. Arañas amanece dejando un haz de luz en el desván, con acústica pausada y teclas acariciadas. La voz de Calavia descansa para explotar en los agudos cuando el tema se va desvaneciendo. Y pensamos en aquella primavera de 2008 y en grupos que no tuvieron tanta suerte o no supieron esperar al tsunami que se avecinaba.
Su lugar reside en el estante de los medios tiempos de estribillo abrazado y armario lleno de cadáveres, de estómago agradecido y fácil digestión, para hablar del poso deberán pasar millones de minutos. A estas alturas ya podemos hablar de la notable mezcla y de un sonido brillante, a cargo de Txarlie Solano y Pablo Pulido. Huracán mantiene el pulso firme de una obra que no termina de explotar pero mantiene el nivel, siempre dentro de la pausa y la elegancia de las seis cuerdas y gana enteros cuando cambia de tercio y roza el folk en su parte final, recordando que George Harrison tenía magia en el maletero de su Aston Martin.
Cierra el EP la canción de autoayuda Cometa, un respiro de alivio que puede acertar en corazones sensibles y oídos complacientes. Como si Pascal Comelade supiera que lo bueno si es breve es dos veces bueno, La Máquina de Turing finiquita su ópera prima dejando en el paladar el regusto de un caramelo de miel y eso ya es mucho decir en estos días de caras largas e informativos despiadados.
Stabilito, D.
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