30 años de «Mensajes al viento» de Niños del Brasil
Somos lo que consumimos y elegimos consumir, dentro de los límites impuestos y de las descargas eléctricas que podamos soportar. Y el paso del tiempo nos afecta, para bien y para mal reforzamos nuestras armaduras después de contraernos en un primer espasmo ante el impacto. Y en ese flash rememoramos y acudimos a la distancia temporal para aliviarnos. Los noventa fueron otro rollo, o eso comentan las lenguas viperinas envejecidas, ahora que los críticos lucen desfasados en las plataformas de la chavalería y quieren volver a poner el grito en el cielo. Zaragoza, 1991, la nueva ola de la ya vieja ola (los mares agitados de nuestro querido Octavio). La cátedra está sentada y la vetusta ciudad cae en el ojo del huracán por obra y gracia de los movimientos sísmicos; Rex, Estación, Saldaña y Serrano, vampiros seductores con dosis de glam y aires desorbitados de Soft Cell. Más modernos y seductores no se puede. Y dan en la diana y la obra sabe envejecer porque las grandes canciones, y Las curvas del placer no duden que lo es, nunca mueren, quizás desaparezcan o se escondan pero nunca serán enterradas.
Con la juventud y la insolencia por bandera hacen un sonido elegante para un discurso que va de lo personal a lo político, siempre con el teclado y la caja de ritmos como secundarios de un Santi Rex inconmensurable cuando ataca los graves. Y pienso más en Tino Casal que en los hermanos Cano, y veo a David Gahan bailando Ídolos de barro y en el reflejo del espejo sonoro a un Bunbury tomando nota en su libreta. Los arreglos aciertan en mayor o menor medida mientras los temas se vuelven canciones dueñas de su propio sonido, adultas y adulteras, llenas de ese plus de alguien que vive en el tiempo que le corresponde.
Se suceden letras, fade outs, subidas y bajadas, la cabina de teléfonos de plaza España sigue ocupada mientras La Estación del Silencio echa al desfasado de turno. Como digo otra época que servidor únicamente puede desarrollar a través del discurso colectivo y de los posters pelados que adornaban La Chimenea mientras me dirigía a golfear a Helios. La pista de baile llena de serrín en Recuérdame, Bowie girando sobre su pie derecho y haciendo volar su gabardina mientras se asoma a los Abismos y Michael Jackson preguntándole a Quincy Jones dónde carajo está Zaragoza. Destrucción y La Modelo ponen el límite final del vinilo (salvando los dos regalos del CD que tenía que desplazar las agujas más pesadas). El orgullo de la tierra sigue presente en las canciones áridas e injustamente tratadas por nosotros mismos. Seremos héroes, seremos villanos pero siempre bucearemos en la memoria para recuperar al niño que fuimos, de Brasil, de Portugal o del Polígono Santiago. Gracias Niños.
Stabilito, D.
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