Rufus T. Firefly. Foto, Javier Rosa

CRÓNICAS: Bosque Sonoro. Mozota, 17/6/22. Por Jaime Oriz

­Una de las propuestas culturales más interesantes surgidas post pandemia ha sido, sin duda, el Bosque Sonoro, un festival que, además, de presentar un suculento cartel de grandes nombres del indie actual, busca ofrecer una experiencia diferente y original en los bosques de Mozota. Para su primera jornada, y como fantástica excusa para escapar del infierno de calor que se vivía en Zaragoza y cobijarse a la sombra de los árboles, contaba con un plantel con algunos de los grupos del género más consolidados del país: Los Planetas, El Columpio Asesino, Triángulo de Amor Bizarro y Rufus T. Firefly. 

Aunque precisamente quizá son estos últimos los que aún no han llegado a un mayor público, y no será por falta ni de talento ni de canciones. Con calma y siempre intentando superar sus propios hitos, Rufus T. Firefly han forjado una de las discografías más interesantes de los últimos años. Si con “Nueve” demostraron que estaban a años luz del resto de bandas de guitarras; con “Magnolia” y “Loto” se presentaron como unos alumnos aventajados de la nueva psicodelia (vía Flaming Lips, Tame Impala y, por supuesto, The Beatles); ahora con “El largo mañana” se acercan al funk y soul más elegante de los 70. Antes y después del recital sonaron respectivamente “Caravan” de Black Sabbath y “Sexual healing” de Marvin Gaye, dos más que acertados puntos cardinales para entender su propuesta. Continúan siendo un imponente grupo de rock sobre el escenario, pero sus nuevas canciones (“Polvo de diamantes”, “Lafayette”, “Sé dónde van los patos cuando se congela el lago”) y los clásicos actualizados a su sonido (“Un breve e insignificante momento de la breve e insignificante historia de la humanidad” “Nebulosa Jade”) ofrecen un jugoso festín de funk elegante con guitarras, que escapa de los caminos más obvios. A buen seguro en la jornada de ayer ganaron más adeptos a su causa, y más cuando cierran con esa musculosa joya de rock setentero que es “Río Wolf”. Seguirán sorprendiéndonos.

El mayor reclamo de la jornada era presenciar uno de esos conciertos esenciales que van regalando en los últimos meses J, Florent y el pianista Diego Montañés. Se antojaba más que interesante descubrir cómo suenan algunos de los clásicos de Los Planetas, desnudos, con menos capas de ruido de lo acostumbrado y sin la contundente sección rítmica. El experimento funciona, y en algunos momentos más que bien, pero no como debería todo el rarto. Y es que el repertorio del que son poseedores los granadinos es apabullante y ya pueden pasar tres décadas que seguirá siendo la banda sonora de una generación que los descubrió de adolescentes y ahora llevan a sus hijos a sus conciertos. “Segundo premio” sonó tan emocionante como siempre; “Corrientes circulares en el tiempo” se adapta perfectamente a este formato sin perder su punto lisérgico; y otras, como “Si estaba loco por ti”, muestran una faceta que nunca hubiéramos imaginado. Pero es que el lavado de cara de las canciones no funcionó por igual en todos los momentos. No fue culpable el trío; era un recital que quizá se hubiera saboreado mejor en sala, en teatro. Aún así fue una suerte que rescatasen canciones que no suelen sonar en sus directos y que con este sonido aún fueron más disfrutables: “Línea 1” o “David y Claudia”.

Triángulo de Amor Bizarro arrancaron con esa fascinante pieza con ecos dub que es “No eras tú”, con unos compases lento, como antesala perfecta de la tormenta eléctrica que iban a desatar en el bosque de Mozota. A partir de ahí repasaron su último y fantástico disco y algunos de sus hitos. No es ningún secreto que tienen uno de los directos más abrasivos del momento, con guitarras saturadas, y una base rítmica hipervitaminada; y son tan disfrutables tanto cuando sacan su faceta más pop “Vigilantes del espejo”, industrial y oscura (“Ruptura”) o punk (“Canción de la fama”). Como siempre, fieles a sí mismos, no ofrecieron tregua, levantando un inquebrantable y demoledor muro de sonido (muy cercano a los planteamientos de My Bloody Valentine). Fue una hora de rock disparada a la velocidad de la luz, que finalizó con la infalible “De la monarquía a la criptocracia”, y que se hizo muy corta. 

“Toro” es un hit tan certero, tan descomunal, que podría haberse engullido a cualquier otra banda. Pero El Columpio Asesino ya llevaba a las espaldas tres discos cuando se publicó el exitoso “Diamantes”. Y es que la banda pamplonesa no tiene una sola versión de sí mismos, son muchas y han ido mutando. Comenzaron muy deudores de Pixies y, por momentos, a Primal Scream, haciendo gala de un rock sucio, lascivo, muy punk. Con los años han ido puliendo su sonido, su dirección, y tanto co “Ballenas muertas en San Sebastián” como “Ataque celeste” parecen haber alcanzado su encarnación definitiva y es la que plasman en sus últimos directos. El Columpio Asesino siguen sonando intrigantes, desafiantes, oscuros, muy oscuros y, aunque los teclados van ganando la partida a las guitarras, es una de las bandas de rock más relevantes que han surgido en el país en los últimos 20 años. “Ataque celeste”, “Huir” y “Preparada”, de su último trabajo, y su más reciente single “La niña chica”, certificaron por el excelente momento que están atravesando los pamploneses y que no necesitan rentas pasadas para seguir ofreciendo conciertos memorables. “Babel” se certificó como uno de los momentos infalibles de su repertorio y la recta final fue gloriosa con una tríada, para el delirio del público, que incluía “Perlas”, “Floto” y, claro, “Toro”. 

Cerró la noche Abraham Boba a los platos, con una sesión con regusto a la música bailable de los 90, y que incluyó uno de los mejores temas surgidos en la cosecha de 2022: “Let’s do it again” de Jamie XX

Texto, Jaime Oriz

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