En un idílico enclave se desarrolla, desde hace ya unos cuantos años, el festival El Bosque Sonoro. Se trata de un espacio natural aledaño al pueblo zaragozano de Mozota, al que se accede a través de un precioso sendero que transcurre junto al río y que desemboca en una explanada de césped rodeada de frondosos árboles en la que se sitúa el escenario principal y el resto del recinto. Es un festival que ha crecido poco a poco y que ha conseguido, en esta edición, situarse como uno de los más potentes de Aragón a nivel artístico. De hecho fueron dos de las propuestas nacionales de más renombre en estos momentos -León Benavente e Iván Ferreiro- los cabezas de cartel en su primera jornada. Comenzó la tarde con La Costa Brava y, a juzgar por el entusiasmo del numeroso público congregado, me atrevería a decir que era la banda más esperada de todo el festival. No es para menos; se trata de un grupo que dejó una huella indeleble entre el público pop nacional -especialmente el zaragozano- durante la década de los 2000. Sin el recordado Sergio Algora en sus filas, el resto de la formación original convirtió el concierto en una ceremonia de alegría, baile y canto colectivo gracias a un buen número de canciones que pertenecen ya, como digo, al imaginario colectivo del indie español. “Déjese querer por una loca”, “Justicia poética”, “Treinta y tres” y sobre todo “Mi última mujer” sonaron con una emoción y una complicidad pocas veces conseguida en un evento así; todo en ese concierto estaba a flor de piel. Tras ellos la chilena Soledad Vélez actuó en la chopera, un escenario bucólico en medio de árboles iluminados que arropaban a ella y a su música de manera casi divina. Ella sola se bastó para conseguir hacer cantar y bailar al público con una propuesta absolutamente instalada en la década de los 80 y sobre todo con su hit “Cromo y platino”, el más celebrado de su repertorio. El problema de este escenario es que el volumen estaba extremadamente bajo y apenas se apreciaba el sonido más allá de la cuarta fila. Tras ella el pequeño gran hombre del norte, Iván Ferreiro, hizo su aparición junto a su banda en el escenario principal. Nadie, nadie, nadie emociona como Iván. Nadie sabe qué tiene, pero lo tiene. Sus canciones, sí, pero algo más. Suele echar mano de sus más conocidas al frente de Los Piratas como “M”, “El equilibrio es imposible” y “Años 80” que fueron de nuevo coreadas hasta el extremo por todos los presentes; pero también ante temas más recientes como “En las trincheras de la cultura pop”, “Cómo conocí a vuestra madre” y sobre todo “El pensamiento circular” la gente se rinde sin oponer resistencia. Lorena Álvarez y Sus Rondadores ocuparon el escenario de la chopera con su original propuesta que mezcla el folk asturiano, la música tradicional de la Val d’ Echo y el pop. Bajándose del escenario y agrupando al público en círculo y cogidos de la mano, el concierto se convirtió en una especie de ceremonia tribal para gozo y disfrute de los más afines a su discurso sonoro. Y tras ellos, el plato fuerte de la noche con León Benavente, cuyo bajista vive, trabaja y produce discos en la misma localidad en la que se celebra el festival, sin duda un plus más para elevar esta actuación a la altura de la más deseada. Irrumpieron sobre las tablas los cuatro leones con su fuerza habitual y una energía arrolladora que arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Lo consiguen con trallazos como “Líbrame del mal”, “La ribera”, “Ayer salí” o “Ser brigada”, canciones que mezclan el rock y la electrónica de una manera tan contundente que incluso la actitud desbocada de sus miembros en escena no logra diluir el impacto sonoro que causa su música entre el público. Quizá les falte solamente incluir en su set list otras canciones más sutiles y pausadas, lograr emocionar y no solo hacer bailar y gritar. Esto último hace tiempo que lo consiguen, quizá sea el momento -ahora que cumplen una década- de intentar provocar otras sensaciones en sus conciertos.
Texto: Alejandro Elías