Elliott Murphy, casi nada. 50 años de carrera, 40 discos grabados; uno de ellos producido por Paul A. Rothchild, el productor de The Doors. Apareció en una película de Fellini y es amigo de Bruce Springsteen. Vive en París desde hace años, retirado del mundanal ruido americano, y gira habitualmente por Europa y España. Pero resulta que tiene una querencia especial por nuestra ciudad, Zaragoza, desde que aterrizó aquí por primera vez a mediados de los 80. Desde ese momento hasta ahora no ha dejado nunca de incluirla en sus giras y son habituales sus conciertos tanto en la ciudad como en diferentes puntos de Aragón. El año pasado se le pudo ver en Sos del Rey Católico, pero en la inmortal ya hacía demasiado tiempo que no y la fila de público que esperaba para entrar en La Casal Loco el pasado sábado daba la vuelta a la esquina de la calle Refugio. Y puntual apareció el bardo neoyorkino, ataviado con sus sempiterno pañuelo en la cabeza cubierto por un sombrero negro. A su lado su eterno compañero Olivier Durand a la guitarra y -como novedad en esta gira de 50º aniversario- un percusionista y una violinista, lo que sin duda es un tremendo acierto de cara al sonido y los arreglos que engrandecen enormemente todo el show. Con una propuesta sónica mucho más cercana al folk de lo que Murphy acostumbra, ataca su repertorio con más energía y musicalidad que nunca, debido seguramente a los arreglos de violín de Melissa Cox: un instrumento que condimenta cualquier canción que lo incluya de una manera absolutamente sublime. Las guitarras acústicas son de nuevo protagonistas -con Durand ejerciendo como siempre de indiscutible mano derecha del protagonista- pero es la adición de la batería lo que otorga un plus al conjunto. Interpretada magistralmente por Alan Fatras, los ritmos y percusiones elevan las canciones de Murphy hasta poder aplicarles el adjetivo de “bailables”. Con todo ello, el público gozó durante todo el concierto y así se lo hizo saber al estadounidense, que se llevó ovaciones, gritos, vítores y palmas durante toda la actuación. Sería inabarcable citar el repertorio, pues fueron dos horas y veinte minutos lo que el artista -de 75 años de edad- y su banda estuvieron encima del escenario, algo que dejó boquiabierto a más de uno. Englobando prácticamente todos los periodos de su extensa carrera, el set list incluyó sus más conocidas piezas así como alguna que otra sorpresa, como la versión del “Knockin’ on heaven’s door” de Bob Dylan, una de sus principales influencias. Cuando por fin decidió que el concierto había llegado a su fin, se despidió lanzando un beso a su fiel audiencia zaragozana y en su mirada se pudo descifrar un mensaje claro: no será la última vez.
Texto: Alejandro Elías / Fotos, Ignacio Buñuel