El Nido. C.C. Salvador Allende, Zaragoza, 2/6/24. Por Luis Lorente
El Nido. C.C. Salvador Allende, Zaragoza, 2/6/24. Foto, Luis Lorente

CRÓNICAS: El Nido. C.C. Salvador Allende, Zaragoza, 2/6/2024. Por Beatriz L.

João Guimarães Rosa escribió Felicidade se acha é em horinhas de descuido. Es una frase que vuelve a mí en muchas ocasiones en las que esa efímera felicidad se hace de una textura casi palpable. Así sucedió el domingo, en el patio del centro cívico Salvador Allende de Zaragoza, donde los burgaleses El Nido cerraron, de forma brillante, la edición de primavera del Ciclo de Músicas Dispares Bombo y Platillo .

Es un ejercicio interesante acercarse a una propuesta de música en directo con actitud altamente desprejuiciada, y eso es sencillo cuando se hace un esfuerzo previo por no investigar: el desconocimiento se alinea con el asombro y el disfrute.

El Nido llegan desde Burgos… o más bien de un encuentro previo de sus componentes en la Universidad de Salamanca. Son Nacho Prada, Álvaro Herreros, Rodrigo “Cachorro” Antón y Eneko Lekumberri, que vinieron acompañados al bajo por Peio Lekumberri. Son jóvenes y virtuosos instrumentistas, abarcando violín, whistle, panderetas, guitarra, mandolina, buzuki, batería y percusiones variadas como el pandero cuadrado de Peñaparda, el almirez o la lata de pimentón.

Cuentan que han grabado un último disco en estudio, Refugios a cielo abierto, a finales del 2022, que es el que vinieron a presentar. Pero se nota que acumulan carretera y experiencias anteriores como un primer trabajo, Huella y camino (2018), y que se han mezclado con otras y otros que también se están dedicando a la bonita tarea de revisitar la tradición para ponerla en valor al mismo tiempo que salirse de ella, haciendo las cosas diferentes, como más les gusta. Por eso, en abril de este mismo año, sacaron un EP de seis canciones, Todo Aire, reinterpretando temas previos de un modo singular, grabando en espacios únicos y contando con colaboradores como El Naan, Fetén Fetén, TéCanela, Caamano & Ameixeiras, María de la Flor o Pedro Pastor.

El domingo recorrieron su repertorio con, entre otras,  Ronda al canto, Aire, Cielos, Suéltame -interpretada junto a la sensibilidad y la voz Ester Vallejo (que tras habernos encandilado el día anterior en la hermosa ermita de Cabañas, de La Almunia de Doña Godina, dentro del festival Doña, se unió a ellos en una sorpresa más que agradable)-, Trastiempo, Seguiremos cantando, la delicada Nana para un corazón, Renacer, Ícaros (grabada en el disco junto a David Ruiz, de La M.O.D.A., con quienes también comparten mucho), El Castañero y Saltar. Utilizan ritmos de ronda, tonadas cercanas a la jota o el fronterizo ajechao de Peñaparda. Sonidos folk que transitan desde un sabor marcadamente castellano antiguo hasta acordes y ritmos más rock, en los que se intuyen aires de jazz en algún momento. Fuerza, raíz y fiesta.

Sus letras no son cualquier cosa, hablan de algunas pesadas herencias, decrecimiento, las ganas de renovación, la nostalgia de la tierra, las despedidas, la dignidad, lo pequeño, la introspección, puntos de apoyo, la necesidad de escuchar a los sabios y de buscar refugios y subterfugios donde cuidar lo que llevamos dentro, de manera sencilla. Musicoterapia en tiempos convulsos, sobre todo para quienes sueñan.

Una sale del concierto con la sensación de que ha participado en un rito de defensa de la esperanza, al que han puesto banda sonora unos chicos, El Nido, capaces de trasladar al público mucho respeto por la tradición a través de una gran solvencia musical, frescura y altas dosis de alegría.

Ya estamos a la espera del siguiente Bombo y Platillo. Gracias por hacerlo posible.

Beatriz L. / Fotos Luis Lorente

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