No muchos podrán decir esto, pero ayer asistí al concierto de Bunbury con una persona que estuvo presente en el primer concierto que Héroes del Silencio ofrecieron en su vida. Esta persona es mi amigo Ángel, vecino de Castiliscar, y a mediados de los 80 se encontraba estudiando Ingeniera Agrícola en Zaragoza. Me contaba que se acercó sin mucha convicción el 10 de marzo de 1985 a ver a la banda Alphaville al cine Pax de Zaragoza, en la Plaza de la Seo. Al entrar al recinto se enteró de que había teloneros y observó cómo se subían al escenario un trío de chavales de su misma edad y desde el primer minuto se sorprendió con su sonido, pero sobre todo con la voz y presencia de su cantante. Era Enrique Bunbury y nadie en el mundo lo conocía. Ayer ese chico llenó el estadio de la Romareda, 39 años después, y Ángel sonreía al recordar esta mágica cuadratura del círculo. Un círculo que se cierra, sin duda, pues el de ayer fue el colofón a toda una carrera de un artista que ha puesto el rock zaragozano -y español- en otra dimensión; ningún otro músico de este género ha llegado tan lejos ni es tan conocido alrededor del mundo. Bunbury salió puntual en su cita con su ciudad y 30.000 almas le esperaban con los brazos y el corazón abiertos para iniciar una ceremonia que comenzó con varias canciones pertenecientes a sus últimos álbumes de estudio, como “Cuna de Caín”, “Despierta” o “Invulnerables”. No fue hasta “El rescate” cuando el zaragozano echó mano de su repertorio más mediático, ese que sus fans reclaman con fervor y que Enrique guarda celoso en su particular caja fuerte. La abrió de nuevo con “Que tengas suertecita” y “El extranjero”, quizá la canción que despertó más pasión y fogosidad entre la audiencia, hasta que llegó el momento de calzarse el sombrero y la guitarra acústica para interpretar “Apuesta por el rock n’ roll” y poner patas arriba un estadio que será la última vez que presencie algo similar. Con la canción de Más Birras dedicada al recientemente fallecido Fernando Rutia se alcanzó por fin el clímax esperado por ambas partes y el show ya no desfalleció hasta el final, máxime cuando a los pocos minutos sonó la intro de “Entre dos tierras” muy similar a la que grabaron Héroes en el disco que les abrió la puerta a la eternidad, y el viejo coliseo zaragozano se vino abajo definitivamente. Con un Enrique pletórico en voz y movimientos y su banda -Los Santos Inocentes- funcionando como un reloj suizo, sonaron las celebradas “Sí” y “Lady blue” para llegar a un merecido descanso antes de los bises. Tras la breve retirada de rigor de los músicos y su inminente reaparición, el grupo al completo se entregó a fondo con “Infinito” y “Maldito duende”, segundo y último acercamiento al catálogo de su ex banda. Con la delicada “La constante” y el vals “…Y al final” se echó el cierre a un concierto que no se salió del guion en ningún momento, hecho quizá reprochable al tratarse de su ciudad natal y del último show de la gira. ¿Qué hubiera costado hacer en acústico “Alicia”, por ejemplo, y dejar a los fans en estado catatónico durante el resto del fin de semana? ¿O una canción más de Héroes del Silencio, como regalo a la ciudad que los vio nacer y convertirse en leyenda de la música mundial? ¿O tan solo unas palabras de agradecimiento más íntimas y personales a sus paisanos, esos que siempre le han apoyado en las buenas y en las malas? No ha sido nunca Bunbury un artista fácil ni complaciente, no hay duda.
Texto: Alejandro Elías / Fotos, Luis Lorente