El pasado jueves acudimos puntuales al estreno de la edición de otoño del Ciclo de músicas dispares Bombo y Platillo, en el Centro Cívico Delicias de Zaragoza.
La programación ha cambiado -por necesidades del guión- el día de la semana, pero no la calidad en sus propuestas, con las que tantas veces nos sorprende. Por eso, quienes acudimos a la llamada de los estonios Puuluup, salimos de allí con pilas cargadas y la sonrisa puesta para encarar el final de la semana, con la sensación de haber visto un espectáculo realmente dispar: auténtico y genial.
La base del espectáculo parecía sencilla: dos sillas, dos instrumentos, dos músicos de aspecto solemne con dos voces muy divergentes y dos loopers. Pero la cosa se fue transformando en un experimento inesperadamente arrebatador para esta desconocedora del dúo, que al parecer participó junto con los 5MIINUST en representación de Estonia en el pasado festival de Eurovisión.
El instrumento que tocan tanto Ramo Teder como Marko Veisson es la talharpa, una lira de arco de cuatro cuerdas tradicional de la isla de Vormsi, al oeste de su país. Parece ser que estuvo a punto de desaparecer a principios del siglo pasado por considerarse un instrumento diabólico. Son unas piezas de madera más o menos rectangulares, cuyas cuerdas están hechas con cola de caballo y se tocan, en principio, sobre las piernas. Los chicos de Puuluup las han convertido en eléctricas y son capaces de sacar de ellos unos sonidos bellísimos: juegan entre la delicadeza y la distorsión, percutiendo su madera, tocando en posturas imposibles, grabando y regrabando retazos sobre los que amplifican la experiencia sonora. Con la interpretación de sus canciones, provenientes de los dos discos que han grabado en solitario desde 2018, fueron rellenando el hueco que quedaba entre el escenario y un público que poco a poco fue dejándose atrapar por el trance de su ofrecimiento.
Ellos dicen que hacen neozombiepostfolk. Desde el lado de esta observadora se puede decir que es una denominación certera, ellos hacen lo que les viene en gana, pero para creerlo hay que ir a verlos en cuanto se dé la oportunidad. En tiempos de gran homogeneidad en la cultura “dominante”, empieza a ser urgente salirse de las sendas marcadas y acudir a espectáculos que nos abran la cabeza en dos, para dejar entrar lo distinto.
Surcaron el mar de la tarde con quince temas, quince, ¡ojo!, sobre agricultura y deportes (se esmeraron en remarcar que, principalmente, sobre esquí de fondo, que es lo que les gusta). Con un desparpajo cargado de solemnidad, esta rareza de lutieres narró canción a canción sus intereses, cotidianeidad y desvelos. Actuaron como contadores de un folclore que se reveló como la mezcla de su nórdico carácter con una idiosincrasia más bien propia y chocante. Pero todo este imaginario lo pasaron todavía por varios tamices: ingenio surrealista, dominio de la palabra y de las voces, coreografías, reverencias estereotipadas, fraseos de MC, loops superpuestos, atmósfera envolvente y vuelos en picado hacia bailes tradicionales que nos trataron de enseñar a disfrutar.
Más curiosidades: no solo cantan en estonio o en inglés sino que improvisan en un idioma inventado por ellos en el que son capaces de mezclar el amor a un único aerogenerador ubicado en sus latitudes con la avena, o el sonido de las desbrozadoras en su país como símbolo inequívoco de que todo sigue en su sitio o las condiciones perfectas de las aguas de sus pantanos para conservar cadáveres.
Puuluup funcionaron el jueves como su nombre, perfectamente sincronizados de principio a fin y también del revés. Hubo momentos muy zombies, otros hilarantes y algunos realmente preciosos, en los que el sonido onírico que son capaces de generar nos sedujo con su belleza, unas veces sutil y otras atronadora.
Yo procuraría seguirles la pista: un directo al corazón deliciosamente ininteligible.
Gracias, Bombo y Platillo. Seguimos.
Beatriz L.