El atardecer del pasado viernes nos llegó habiendo desembarcado en la estepa monegrina, con el imponente Monasterio de Nuestra Señora de las Fuentes como telón de fondo y un juguetón sol de septiembre escondiéndose. En medio de este bucólico paisaje, el Festival SoNna Huesca empezó a despedir la edición 2024 de modo notable, con el concierto de Xoel López que sirvió de presentación de su último disco, Caldo espírito.
Espíritu caliente (caldo, en italiano – espírito en galego). Y así es un poco lo que nos trajeron, un recital de sangre caliente, con canciones que son reflexivas y emocionales sin dejar de ser festivas. El coruñés balancea con bastante precisión el festejo y la introspección, gracias a la trayectoria musical y personal que atesora.
Una banda en buena forma que contó con bajo, teclados, saxo, trompeta, batería, guitarra, panderetas y Xoel con sus guitarras y su armónica, con la que llega a lugares de ensoñación. Todo estuvo muy bien combinado, con mucho sentido estético, desde los acordes al color de sus trajes, los coros o los simpáticos momentos de coreografía. Parecía como si las pinturas de Manuel Bayeu, que decoran el interior de La Cartuja, tuviesen continuación en la belleza de lo que sucedió a sus puertas.
Ofrecieron un recital rápido en ritmo, repleto del espíritu caliente que apenas dejó respiro entre canción y canción, pero generoso en temas, también de los cuatro discos anteriores de Xoel en solitario y alguna píldora de su época con Deluxe, para cuidar la nostalgia.
Sonaron sin solución de continuidad las magníficas y pensativas Albatros y Salitre y humo, pasando de menos a más, para llegar a la potente base rítmica de Faneca brava y su declaración de intenciones: no volver a caer. Con Esto no es amor y su toque caribeño, baile incluido -para olvidar las penas-, cerró un primer bloque de novedades y pasó al tema que dio nombre a su segundo disco en solitario, Si mi rayo te alcanzara, entrando en un terreno más conocido por todo el público. La enérgica A Serea e o mariñeiro nos sumergió en la atmósfera del disco Paramales para deslizarse después al despecho naïf de Todo lo que merezcas… y es que es difícil cantar de un modo tan amable al amargo desamor.
Vibramos con El amor valiente y sus momentos de armónica, que cumplen años con júbilo, para pasar por Glaciar y el lado más gris del mundo a la luminosidad de Por el viejo barrio. Xoel sube y baja rítmicamente, como el Atlántico cuando está en calma. Se encabritó un poco su oleaje con Paxaro do Demo y su catarsis folk, arreciando el sonido de panderetas y coros. Y llegó Quemas, un momento precioso en el que quedó solo en el escenario con su guitarra eléctrica y su voz, grande en la desnudez de otros ropajes sonoros. De piedras y arena mojada nos emocionó con su final entrelazado con versos de canciones de Juan Luis Guerra, Silvio Rodríguez y Serrat. Qué maravilla de evocación. Pasó al trepidante merengue de Mágica y eterna para volver a pisar suelo con ese relato que es Tierra, que cautivó en su día -y para siempre- a esta narradora. Y voló alto para finalizar con Ningún hombre, ningún lugar y su remembranza, por momentos, de una especie de africanidad pop. Subimos con Lodo, porque a veces solo hay que aguardar un poco para salir de las sombras, y terminó con Fort Da que sonó con la contundencia de un conjuro contra los malos amores. Muy bien todo, señoras y señores.
Volvió para redondear la caída del sol con Tigre de Bengala y nos quedamos ahí, con la sonrisa puesta en plena despedida porque Xoel López es así: sus directos son auténticos rituales de alegría, cuente lo que cuente, cante lo que cante. Podría pasar: perderlo todo y volver a empezar. Y no estaría mal. ¿Se puede llegar a una cota más alta de esperanza?
Beatriz L.