El olivo es un árbol precioso y fuerte. Tiene capacidad para enraizar en lugares con poca agua y forma parte del paisaje vital de muchas generaciones de la misma familia, por su longevidad. Es también un símbolo de la identidad palestina y su resistencia a la ocupación. El pasado domingo, en el centro de una escenografía plagada de cascotes y alambres, destacaban un montón de ramas de olivo conformando un árbol que iba a ser testigo -y también protagonista, junto a los brazaletes con la bandera de Palestina y la kufiya- del concierto de Bladimir Ros en el que presentaban su tercer disco, en el zaragozano Centro Musical Las Armas.
Dio comienzo la liturgia con Ros recitando algunas estrofas de Lo imposible, del poeta palestino Tawfiq Zayyad. Un poema con la fortaleza de un olivo milenario. Y continuó con el encanto de Argelès-Sur-Mer, arropado tan solo por la guitarra eléctrica de Carlos Chahuan, para pasar a esa otra maravilla que es 1960, en la cual se unió ya el resto de la banda: Sergio Pons a la guitarra acústica, Alberto Sanz al bajo y Roberto García a la batería. Una introducción que fue un ejercicio tanto de memoria histórica como de poesía.
A partir de ahí, fueron ya desgranando su último álbum, Un trago de luz, canción a canción, cada una con su peculiaridad y su detalle. Desde la claridad de Meteorito -un artefacto musical alegre para afrontar el final de los tiempos- transitaron por distintas sonoridades, estilos y narraciones para llegar a la última, El gran encierro, con una tesitura en la voz casi de ultratumba. Dijeron que les ha salido un disco más luminoso y amable que los previos… pero hay de todo, como en botica, señoras y señores.
Ros es un tipo de verbo ágil y certero, con una voz muy bonita en su rotura. Con la confianza de saberse entre militantes de su propia causa, cambió un tema del disco -porque dice que hay una parte que no le sale bien (¡ya le saldrá!) – por la Habanera del Bululú. A quien no conozca esa condición de Ros -la de Bululú- le animo a seguirla y perseguirla, en sus veraniegas Giras de la miseria. Eso explica una parte del todo que es el universo bladimiriano. En esta ocasión nos obsequiaron también con una primera vez en directo de El pájaro cantor (Ve apagando la luz) que a estos oídos pareció una promesa de belleza, cuanto más la hagan rodar. En la delicadeza de Río Huerva participó Galo Chahuan con el contrabajo. Y en El gran encierro, se unió también su hermano Nicolás con el clarinete. Con un poco de “dar cera, pulir cera” pueden llegar a una exquisitez sonora elevada con estos arreglos y estos chavales, pues hubo momentos de verdadero deleite.
Espero no equivocarme si digo que fue una adaptación del último escrito de Hiba Abu Nada, una joven poeta y activista palestina que falleció en octubre del año pasado en un bombardeo israelí sobre la Franja de Gaza, el que recitó Ros para dar por finalizada la presentación del disco actual y volver a temas anteriores como la historia de El chatarrero y la del contador de historias Tusítala, para terminar con Una canción de navidad, que sonó redonda. Qué bonita es.
Tuvieron que volver al escenario, claro, y nos dejaron con ese trallazo que es Lisboa, seguido por ese otro que es Democracia y vermú para terminar a ritmo de su ranchera de tempo lento Cuando duerma bajo tierra, que es una llamada a la celebración.
La navidad, de una manera u otra, sucede. Y sucede en espacios alegres tanto como en otros bien tristes, desde las tabernas hasta las trincheras. Curiosamente, el retumbe y los destellos de una traca jolgoriosa o unos fuegos de artificio no son tan distintos a los de un bombardeo. De estos mimbres fronterizos, a caballo entre la miseria y la ternura, se conforma el repertorio de esta banda. Nos regalaron un concierto íntimo, cercano y con mucha intención, en el que compartieron mucho más que lo estrictamente musical. Ellos se ponen del lado de los perdedores, pero no desde la tristeza, sino afrontando con rabia, rebeldía y dignidad la condición de estar en ese “otro lado”. Lo interesante de ese lugar es que, desde allí, algunas personas ejercen una lucidez muy especial, aunque pueda llegar a ser arrasadora, como la de los borrachos justo antes de entrar en el caos neuronal.
En la previa a estos días disfrazados de celebración, los bladimiros nos ofrecieron algo de lo que tanto necesitamos: un fuego amigo con el que calentarnos el alma. Gracias. Y ¡Salud!
Texto: Beatriz L. / Fotos, Luis Lorente
Ver álbum de fotos del concierto