TIEMPO DE LEONES / Comprar Entradas
El avance de algo finito solo lo acerca a su final. Hay momentos de la existencia en los que el mundo se queda grande y se escuchan ecos propios, reverberaciones de uno mismo.
Madurar es alejarse de la seguridad del hogar, buscar un lugar que quizá nunca sea ni esté y encontrarse a uno mismo en el largo viaje a la búsqueda de todo lo demás.
Dotar de sentido vital al viaje que es Beluga como banda es el fin último de todas sus partes.
Al formarse en 2011 buscaron la creación de un ambiente propio, de su infraestructura sonora, que tardaron varios años en encontrar. Salieron del cascarón tras un año de composición en 2016. Con Búmeran (2016, Autoeditado) se expusieron al mundo exterior. Tras un single en directo (Un Baile de Sangre, 2017, autoeditado), un centenar de conciertos por salas y festivales de España – y por el Sziget Festival de Budapest – y una campaña de crowdfunding que demostró que los que les escuchaban querían más, han parido ‘Tiempo de Leones’.
Como su anterior larga duración, ha sido producido por Manuel Cabezalí (Havalina, Rufus T. Firefly, Lázaro) en el estudio El Lado Izquierdo de Dany Richter. Aun así, este segundo trabajo se desmarca de su hermano mayor con un carácter más ecléctico, crudo y sofisticado a la vez, y épico de corazón. Su escucha lleva a un estado de reflexión y contemplación, y en último término busca la transformación del oyente.
Con una lírica donde lo críptico no se hace confuso ni la metáfora esconde el vacío de contenido, Beluga otorgan a cada canción el respeto que se merece. El primer single, ‘Bioluminiscencia’, mezcla velocidad con progresión sonora que culmina en una coda final de doom indie. Los ecos de Strato cortante de ‘Te Quiero Enfermo’ recuerdan a los mejores cortes de rock alternativo actuales, a los Biffy Clyro que duelen. ‘A 40 Grados’ es un bajo stoner de rock robot lento, que articula todo el tema a su alrededor y ‘Tierra de Palmer’ es una canción que te degüella, te saca las tripas y las sustituye por un aire que no puedes exhalar, con un final de depresión post pop.
En ningún momento hablamos de lloro o tristeza indie de festival, sino de rabia y pura catarsis. Emociones genuinas expresadas por un huracán de voz que flota sobre guitarras de texturas camaleónicas, los gruñidos de un bajo que tan pronto arrulla como ataca a la yugular, y unas baterías que destilan el virtuosismo que otorga el gusto frente a la velocidad.
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