KYOTO. Cuatro finales terroríficos. Autoeditado, 2007

Ya sólo con coger y abrir el primer EP de Kyoto sabes que algo hermoso se guarda dentro: el diseño de Álvaro Ortiz Albero, minimalista y hermoso, es el perfecto continente para proyectar las ensoñaciones del disco, un disco de sombras que no asustan, de cantos de sirena bajo aguas turbias que se afanan en ir desgranando los finales:

Primero: Una percusión velvetiana para mantener la intensidad agónica de un color. Segundo: El hombre de las nanas cuenta que Kyoto eran como un bolero enfermo de los que Corcobado les escribía a Esclarecidos y así, la voz de Alicia nos rebana el corazón con una trepidante dulzura. Tercero: Olas frías, no olas, ruidismo controlado, acordes que raspan poco a poco en repetición simétrica. Cuarto: Si llamas a los fantasmas a tu habitación es posible que nunca quieran marcharse.

Avanzados sin ser experimentales, apartando de su camino los lastres de incomunicación con el que Haikus– anterior banda de los tres miembros de Kyoto– cargaba, evocadores de paisajes complejos para los que nuestros sentidos no están del todo acostumbrados, Kyoto envuelven sus canciones en una imaginería rica y desbocada, ajena a estructuras y ángulos clásicos, que promete un minúsculo espectáculo narcótico del que es muy difícil escaparse.

Un disco absolutamente increíble.

Texto: Octavio Gómez Milián
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