Silvia Pérez Cruz y Maro
Silvia Pérez Cruz + Maro. Pirineos Sur 2024. Foto, Jaime Oriz

CRÓNICAS: Silvia Pérez Cruz + Maro. Pirineos Sur, 26/7/2024. Por Beatriz L.

La antepenúltima noche de la edición de este año de Pirineos Sur fue, de principio a fin, un derroche de poesía.

No recuerdo bien si era en la asignatura de lengua y literatura de aquel 2º de BUP de mediados de los 80 cuando estudiábamos recursos estilísticos en profundidad, quizás fue antes… pero sé que aquello me interesó mucho. Mi memoria saltarina ha ido haciendo su selección natural con el tiempo, pero sé que ya me gustaban mucho entonces la antítesis y la paradoja. No me acuerdo de que se hablase entonces del término oxímoron, que ahora se escucha tanto. El caso es que a mí me vienen mucho a la imaginación estas figuras literarias, supongo que porque -de alguna manera- habito en la contradicción y cada vez me siento más cómoda en ella. Así, diría que el pasado viernes, con los conciertos encadenados de Maro y Silvia Pérez Cruz, tuvo lugar sobre las aguas de Lanuza una exhibición de la fuerza bruta que reside en la delicadeza, una muestra directa al corazón de la radicalidad de la ternura.

Empezó el recorrido musical una Maro bastante desconocida para esta narradora (poco aficionada a Eurovisión), más allá de Estrelas e raíz, cantada con Rita Pagés y Silvia Pérez Cruz en el disco que Silvia nos vino a presentar entrada la noche.

La joven lisboeta posee una voz de terciopelo con un punto como de cierta afonía, en la justa medida para, sin dejar de ser muy dulce, resultar altamente sugestiva. Una voz muy singular. Se acompañó de los guitarristas españoles Pau Figueres y Darío Barroso, con los que grabó el año pasado el disco Hortelã, que es un pequeño tesoro.

Sonaron varias canciones de este último álbum (el séptimo ya, desde 2018) como Oxalá, Ouvi dizer, Há-de sarar y Just wanna forget you en un tono muy intimista y envolvente, entremezcladas con los dos temas de su sencillo de este mismo año, Lifeline y We could be, que ha grabado junto a Theo Hoarau (Nasaya). Magnífico cómo solamente a través de las guitarras consiguieron recrear la onda electrónica palpable en la grabación, a través de punteos, cambios de ritmo y su propio virtuosismo a las cuerdas. Se vislumbraron pellizcos de música techno bien encuadrados en la suavidad de la propuesta a nivel global. Hacia la mitad del concierto Silvia ocupó una silla vacía que había quedado en escena, para interpretar a dos voces esa delicia que es Juro que vi flores, con la que lograron ponernos la piel de gallina.

También interpretó Maro, la portuguesa, un par de temas de su álbum Can you see me para cerrar su actuación con esa Saudade, saudade que la hizo conocida en el festival de Eurovisión de 2022, otro momento sensible en el que canta –casi susurra- tanto en inglés como en portugués.

En esa vibración emocional, recibimos a una Silvia que es inmensa, con el increíble equipo que la acompaña en los directos de esta aventura de alta intensidad que es Toda la vida, un día. En la grabación participaron 90 músicos de muchos rincones del planeta pero, tal y como ella misma nos contó, para el escenario cuenta con este trío de lujo, flexible en su concepción musical, con mucha capacidad para el encaje y… para el amor: Carlos Montfort, violín, percusión y trompeta, Marta Roma al violonchelo, Gori Albero al contrabajo y los tres a los coros. Se conocen bien.

En mi primera vez de Silvia, ya lloré ante tanta belleza. Aquello fue un azar de una tarde de finales de enero del 2011 en el Teatro Arbolé, donde actuó con Las Migas. Desde entonces han pasado unos cuantos directos a los que he podido acudir y queda, como una muesca en alguna parte de mi corazón, la convulsión y el desgarro que me produjo el hermosísimo Granada, acompañada por el genio de Refree en el Teatro Principal de Zaragoza, porque aquello fue épico. Pero ella nunca decepciona, porque tiene algo francamente especial en su modo de cantar e interpretar temas propios o ajenos, que siempre hace brillar al pasarlos por sus cuerdas vocales.

La puesta en escena es de una elegancia infinita, y es que no necesita apenas nada (en este caso unos aros de color con la iluminación adecuada) para crear una atmósfera sobria, alejada de estridencias y, por lo tanto, netamente bella. Lo de la voz de Silvia es algo sobrenatural: la capacidad que tiene de jugar, modular, improvisar, elevar, arrastrar, envolver… es una experiencia en la que recomiendo, como público, sumergirse alguna vez en la vida. Además… ella coge guitarra, saxo, teclados, sintetizadores, alguna percusión, lo que sea, y lo introduce con la misma facilidad con la que nos sube al cielo de su capacidad como cantora.

Diré que en el concierto visitó prácticamente todo el disco, con cada uno de sus movimientos, colores, edades, tempos, relatos y remembranzas. A mí, presa de mis debilidades, me lleva en estos movimientos telúricos a discos conceptuales de Extremoduro o Robe, como La ley innata o Mayéutica y, por supuesto, al Omega de Enrique Morente con Lagartija Nick. Brutal.

Se deslizó por personas, lugares, inspiraciones y agradecimientos entre los que sonaron Portugal, Buenos Aires, Uruguay, Coatepec, La Habana, Fernando Pessoa, Enrique Morente, Natalia Lafourcade, La chacarera de las piedras de Atahualpa Yupanqui y Pedro del Cerro (seudónimo de Nenette, su esposa), Idea Vilariño, William Carlos Williams, Liliana Herrero, María Gadú, Edgardo Cardozo y el poema de El gaucho Martín Fierro.

Nombrar es imposible, como su canción. Nombrar todo lo que sucedió y todo lo que rodea a esta mujer es ahora mismo inabarcable, quizás incluso pretencioso. Hubo momentos de delirio, experimentación, improvisación y vuelta a tierra. Reconocimiento de lo sencillo, la soledad, la vulnerabilidad, la amistad, el sentirse en casa, el terror y la muerte como destino seguro para una voz sola. También hubo espacio para la vida que lo rebosa todo y ese concepto que es el renacimiento, del modo en que lo queramos entender.

El viernes fueron buenos tiempos para la lírica entre las montañas del Valle de Tena. A Stendhal, sin duda, le habría dado el patatús.

Beatriz L.   

Apoyo con tu aportación a este portal de noticias .

Te podría interesar

Durante la jornada de rodaje desde el pabellón Príncipe Felipe de la película La Estrella Azul

Historietas del Aragón Musical cap 7º: «Desde La Estrella Azul»

«Vi trabajar a solo unos metros de mí a Pepe Lorente y me reencontré con …