CRÓNICAS: Santiago Auserón. Centro Cívico Delicias, 13/4/2024. Por Beatriz L.

A estas alturas del cuento, quizás se pueda decir poco realmente novedoso sobre el oficio de Santiago Auserón. Es un imprescindible que en directo, en las distancias cortas, chisporrotea y esparce ese brillo tan suyo que emana la misma alegría que paz. Y esto sucede por razones que van más allá de su virtuosismo musical, razones menos o más inexplicables. El sábado se presentó este trovador en el Ciclo De La Raíz, que continúa en el centro cívico Delicias, y lo hizo ante su paisanaje en una suerte de estado de gracia.

Pareciera como si los años se aliasen con Santiago para ayudarle a acumular no solo saberes filosóficos o musicales, que de alguna manera combina con lucidez, sino recursos de contador de historias fantásticas, aptitudes de observación sobrenaturales y unas tesituras en la voz cada vez más certeras, virando desde el susurro a las profundidades de la negritud, con un timbre muy propio, tan de largo recorrido, como del Ebro al Misisipi.

En la desnudez de afrontar la escena en solitario, con el único acompañamiento de su guitarra, una se lo llega a imaginar en la mecedora, orientado en el porche hacia la plantación de algodón de Luisiana, en un local de jazz lleno de humo en Nueva Orleans o bajo una acacia africana al atardecer. Como fuera, pero embaucando a todos, eso sí. Y a todas. Con su poder de seducción sin necesidad de pretenderlo, desarrolló un repertorio con guiños a su propia infancia, a Óscar Wilde, a Marilyn, a los ritmos africanos, el callejeo en El Gancho o Nápoles, qué más da, algunas flores, el cine, la imaginación, a la condición de forastero, a los mitos aburridos, el son cubano, las fronteras, los poetas del siglo de Oro, el viaje o el afterpunk.

Pero no es un cuentista, es un tipo en el que la calidad se hace de una textura palpable. Recorrió tonadillas, vivencias y territorios sonoros en una vibración elevada. Así llegó, al menos, hasta este rincón y este imaginario propios. Terminó en alto también, dedicando un mensaje inesperado a Louis Armstrong y sobrevolando sobre los acordes de Radio Futura y la elaboración personal que ha ido haciendo a lo largo de las últimas décadas, mostrando que  todo puede ser polirrítmico, desde la Semilla negra pasando por El puente azul y llegando a un Jardín Botánico en el que esta servidora -y creo que fue generalizado- se habría quedado mil y un días más, con sus noches, sentada allí.

Gracias por tanta elegancia y tanta belleza, Don Santiago.

Beatriz L.

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