Expectativas. Ese es el verdadero problema en la mayoría de las ocasiones. Otros de los problemas pueden ser la crítica innata o la falta de visión de la realidad. El caso es que ayer, Robert Allen Zimmerman (y su banda) volvía a la ciudad gracias a la inicitativa Summer in the Zity (Slap!, Big Star y Ayto. De Zaragoza) para dejar claro que las cosas han cambiado. Ni a mejor ni a peor (hace años que abandonamos los sesenta por si alguien no se había dado cuenta), simplemente han tomado un rumbo lógico dentro de la longevidad y la carrera artística del susodicho. Con setenta y cuatro años y habiéndose convertido en un ícono de la música popular, Dylan ya se ha ganado el cielo y tiene derecho a hacer lo que quiera, y si hay gente dispuesta a pagar hasta 90 euros por verle, el problema, créanme, no es suyo.
Pájaro abrió la velada a mitad de tarde cuando el público todavía seguía apurando sus cervezas en conversaciones netamente musicales, magia, digo yo. Y con una puntualidad exagerada y como si de un ensayo entre amigos se tratara salió la banda principal al cálido escenario del Príncipe Felipe. La sobriedad del decorado contrastaba con la elegancia del vestuario. Dylan, en su Never Ending Tour se acuerda de temas principales de su carrera pero que por una razón u otra no han calado en el público masivo. Canciones como Things have changed, She belongs to me o Tangled up in blue han acompañado al genio de Duluth durante gran parte de su vida. Y claro, luego nos acordamos de esa joya que todos alabamos que fue Tempest (2012) y descubrimos que durante el concierto suenan Duquese Whistle, Pay in Blood o Scarlet Town entre otras. Imposible no sonreír.
Sonido más que correcto, voz encajada, afinada, rota y rotunda que hace que solamente sientas rabia por no saber más inglés para dedicar toda tu atención a las frases del maestro. Música para escuchar, no para bailar. Los amarillos y naranjas bailan con los blancos en un juego de luces y sombras que se asemejan a las caras del público, desde padres entusiasmados a niños dormidos en sus regazos. En general, entusiasmo general cuando se reconoce alguna frase o algún gesto del flaco. Al final, y pese a la insistencia de azafatas y protección civil, el pobre inunda la zona del rico y aplaude al protagonista de la velada que se supo batir con harmónica, piano y con esa voz que ha inspirado a millones. Blowin’ in the Wind (sí, ya sabías que siempre la canta como le viene en gana, no te sorprendas) y Love Sick sonaron deliciosas con la exactitud sonora que requiere una banda acompañante que siempre rozó la perfección.
Dylan hace años que dejó de ser el que asesinaba fascistas con su guitarra, todos lo sabemos, hasta el más despistado, pero no por ello ha dejado de ser disfrutable. Y el poder ver a un mito a unos cuantos metros de donde solíamos crear canciones de guerra, es algo que no se puede hacer cualquier día. Gracias por tu voz ronca, por tus verdades dolorosas y por acordarte de Sinatra aun siendo más gigante que él. Bob, puedes estar tranquilo, nos amoldaremos al cambio.
Stabilito, D.
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