Vaya por delante que servidor no es experto conocedor del rap pero siente especial cariño por los casetes de Kase-O que rulaban por el Actur en los tiempos en que los únicos derbis que importaban eran los del Actur Rey Fernando contra el Pablo Iglesias y donde la terraza de Gran Casa era el campo de batalla para la guerra y para el amor. El Momo surge con fuerza en una ciudad representante del rap hispano. Zaragoza es sinónimo de rap (“Rap en Zaragoza es como un rezo”), de rimas y de cara a cara. El Momo junto a Violadores, Rapsus, Xhelazz y compañía son la palabra visible, el hecho, la consecuencia y la causa. Tetsuo tiene el aroma del anime japonés, de la ciudad industrial y decadente ávida de experiencias reales, del humo y la cloaca abierta. Momo tiene la rima calmada y racional que explota y convierte su metralla en mensajes cortantes (“Mandan las palabras cada bala va marcada”).
Tetsuo es el puñetazo en la mesa, el aquí estoy yo y éste es mi arte. Un disco sincero y lleno de matices, desde la sorpresa de Funky, pasando por la elegante Polisemia (“me enamoré de un te quiero por cómo sonó”) hasta la biográfica Diez años después que aleja a Momo de la figura estereotipada del rapero marginal (“y si sé que no voy a perder es porque ya gané”). Colaboraciones de Beret, Capaz, Rayden, Grossomodo, Ossian y Doblezero y una lista infinita de productores entre los que no podemos evitar nombrar a Xhelazz, RdeRumba o Hazhe.
Un disco que marca 2017 como el tobogán que mandará a El Momo a las portadas del rap en castellano. El superlativo existe y es nuestro deber ponerlo en mayúsculas.
Stabilito, D.
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